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Esquirlas del lenguaje


Por Pablo Rosas


Parafraseando a Germán García en su novela Miserere, el psicoanálisis sería algo así como un lugar dedicado a socorrer víctimas de las desilusiones de su época. Un malestar que ciertamente puede conducir a un sujeto a una demanda de análisis.

Valdría aclarar alguna cuestión precisamente sobre esta demanda. Si, por ejemplo, la demanda de un sujeto que solicita análisis es la demanda de una vida plena, completa, que disipe el riesgo, el vacío, el cuestionamiento de aquellos pilares que condujeron su vida, las respuestas hacia ellas no encontrarán lugar en un análisis. La práctica psicoanalítica es una cuestión compleja porque no se desarrolla exactamente en el campo de una ciencia, sino que su dispositivo es un dispositivo lógico que se sustenta en una implicación del sujeto. Esta implicación produce efectos, y éstos son siempre, y en todo caso, los que producen la cura analítica. Efectos que son de lenguaje.

El lenguaje no es para el psicoanálisis lo mismo que para los lingüistas. La cuestión radica en que la lengua no es un código en el sentido de que sus elementos tengan una significación fija e inequívoca, sino que, por el contrario, está generando efectos de sentido que escapan a todo control. Está abierto al equívoco.

La genialidad que Sigmund Freud realiza con su invento –que no es ni más ni menos que un nuevo sujeto social, el psicoanalista– es trabajar no con cuestiones esenciales trascendentes, sino con las necedades, las tonterías que el sujeto dice, sus palabras caídas. Lo profundo emerge con la inscripción de un chiste.

Para el psicoanálisis no tiene mayor valor la expresión acabada del ser sino todo lo contrario. Lo que tiene valor de verdad de un sujeto se organiza con las esquirlas de su lenguaje.



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