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Una lectura a propósito de la pandemia

Por Carolina Fontán


¿Qué quedó después de la pandemia por Covid 19 en este tiempo en el que entramos a una llamada “nueva normalidad”? Tal vez hayamos tenido que dejar atrás la ilusión en la que vivíamos, a raíz de esa situación inédita, para luego arribar a otra ilusión y en ese pasaje nos vimos frente a los efectos de las renuncias que este tiempo nos impuso.

En “El porvenir de una ilusión” (1927), Freud define a las ilusiones como cumplimiento de deseos. Se vio en los medios de comunicación masiva esa aspiración a alcanzar una mejor versión de la humanidad, que sin embargo, no resultó. Lejos de haber logrado algún ideal respecto de que la humanidad saldría enriquecida y mejorada, la realidad también nos ha mostrado un reverso cargado de miserias, mezquindades, intereses diversos, sin contar que en medio de este contexto geopolítico estalló otra guerra. El psicoanálisis viene a decir que felicidad y armonía no son más ni menos que ideales de la humanidad, que encuentran sus límites, y que hay un reverso que implica los malestares de cada quien. Es decir, los ideales orientan al sujeto, pero hay algo más. En ese mismo escrito, Freud sostiene que la cultura, en tanto lo opuesto al mundo animal, se caracteriza por un saber-hacer para controlar la naturaleza y por un conjunto de normas que regulan el funcionamiento de esa cultura. Sin embargo, señala que todo individuo es virtualmente un enemigo de ese orden debido a los sacrificios que hay que hacer para mantener la convivencia. Podemos decir que regulación implica control y renuncias. Ellas ordenan al tiempo que generan malestar y hostilidad.

Otra cuestión que me interesa comentar es ese deseo generalizado de recuperar el “tiempo perdido” durante el período de restricciones sanitarias tras dos largos años. Esto se pudo observar apenas se levantaron las medidas más severas como una necesidad de hacer, casi de manera perentoria; como si algo de lo perdido fuera efectivamente recuperable. Muchas veces nos encontramos ante una vorágine sin límite que también responde a una ética utilitarista: producir (no solamente en el sentido de la economía) sin pausa, sin corte. Esta respuesta parecía velar el encuentro con la pérdida que supuso una experiencia nueva para todos y la dificultad de poder poner en suspenso a un potente ideal de época como es la felicidad. La salida de la pandemia parece haber puesto de relieve esa incesante búsqueda fallida de aquello que no va a volver.

En “El malestar en la cultura” (1930), Freud nos dice que toda renuncia pulsional se convierte en una dinámica de conciencia moral; toda nueva renuncia aumenta su severidad y paradojalmente, el sufrimiento. Al parecer, alejarse de manera forzada de la ilusión en la que vivíamos ha puesto al descubierto la fuerza con que el imperativo de la época nos acompaña.

La conmoción generalizada del orden simbólico provocada por la pandemia implicó formas singulares de renuncia y padecimiento, así como también la posterior búsqueda de un nuevo orden. Esto intenta traer cierto alivio al malestar, sin embargo, es importante permanecer atentos frente a los espejismos -pre pandémicos o actuales- que los ideales de armonía y felicidad imponen a una vida que debe ser plena e ilimitada, agregando aún más malestar si no lo logra.


[1] Esa ilusión que supone un orden simbólico no puede dejar fuera a ese real que es siempre disruptivo.





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