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Cuerpo y tecnociencias





Por Lorena Di Masso


“Neuralink, la empresa de Elon Musk de chips para el cerebro, anuncia que recibió aprobación del regulador farmacéutico FDA para hacer su primera prueba en humanos. Aseguran que podrían curar algunos tipos de parálisis y casos de insomnios”.

Twitter, 26 de mayo de 2023



En El malestar en la cultura, Freud señaló tres fuentes de sufrimiento: las fuerzas de la naturaleza imposibles de controlar por el hombre, la relación con el prójimo y la caducidad del cuerpo. Lo que se verifica, es un intento constante de combatir estas fuentes de malestar desde una ética del bienestar que desconoce que la falla es estructural y, por lo tanto, imposible de suturar.

Para ubicar el modo de enfrentar la tercera de las fuentes señaladas, tomaré como ejemplo la irrupción de la ciencia y la tecnología en lo real del cuerpo. Esto me lleva a considerar las técnicas de reproducción asistida, la clonación, la donación y trasplantes de órganos, injertos y cirugías varias, entre otras prácticas. Todas ellas, intervenciones propiciadas por los avances de las tecnociencias que sugieren diferentes modalidades de relación del sujeto con el cuerpo y con la muerte.

En El cuerpo es quien recuerda (2022) Paula Puebla aborda desde distintas perspectivas diversos temas ligados a la reproducción asistida. Por citar algunos puntos, recorta el slogan de un centro especializado: “La infertilidad ya no existe”; describe el modo en que mujeres que no logran embarazarse usan un “vientre protético” y relata las consecuencias en el cuerpo de una mujer que lo preparó hormonalmente para alquilar su vientre en reiteradas oportunidades. Se trata de un trabajo que, entre otras cuestiones, aborda los límites del cuerpo y el intento de sortearlos. Un modo de negar la castración.

Otro tema es el mercado en juego: el cuerpo queda puesto, muchas veces, a su servicio. Como “totalidad” o a pedazos, desde una perspectiva utilitaria, expuesto como mercancía o bien de intercambio.

Si en algún momento de la historia el objetivo médico era el de la restauración de la salud, en la actualidad la biomedicina parece proponer traspasar los límites biológicos llegando a estándares post y transhumanos. No solo se busca la felicidad, sino que también la evolución y la invulnerabilidad, es decir, el riesgo cero, cero defecto. Hay una ilusión cientificista: la de

que algún día será posible calcular todo de la actividad humana. Los nacimientos, pero también la muerte. Y si es posible, evitarla.

El posthumanismo y el transhumanismo son dos corrientes del pensamiento que aparecen a fines del siglo XX dispuestas a redefinir lo humano tal como había sido planteado por el humanismo. Ambas corrientes defienden la libertad morfológica definida como “la capacidad de alterar la forma corporal voluntariamente mediante tecnologías como la cirugía, la ingeniería genética, la nanotecnología o el volcado de la mente” (Max More, 1993). Es decir que defienden la idea de cierta libertad y autonomía sobre el cuerpo. Lo propio del transhumanismo es ver al hombre como un ente mejorable y reivindica el uso de la ciencia y la tecnología para su perfeccionamiento. Postula que el ser humano, mediante el uso de estas herramientas, logrará ir eliminando los aspectos "nocivos" que lo condicionan tales como la enfermedad, el dolor, la muerte.

Encontramos en Sterlac, artista nacido en Chipre y que desarrolló su vida en Australia, un representante cultural de estas corrientes. Para él “el cuerpo está obsoleto”, débil, imperfecto. Su arte consiste en implantarse en el cuerpo aparatos tecnológicos que van desde prótesis hasta maquinarias de arquitectura biológica: la tercera mano, el exoesqueleto, chips, oreja en el brazo, biosensores, etc. Lo que pretende es una extensión de las capacidades del cuerpo.

Estas formulaciones, lo que desconocen, es que no se nace con un cuerpo, que éste se constituye, y para ello es preciso que el organismo sea tomado por el lenguaje y participe del baile de las identificaciones. Freud habló de esto al formular la teoría del narcisismo y Lacan lo retomó al proponer el estadío del espejo.

También desconocen que el cuerpo goza. Y ese desconocimiento es -como advierte J.A. Miller en Biología lacaniana- “la condición misma de las operaciones a las que sometemos -siempre demasiado- al cuerpo”. Para ser gráficos, basta observar lo que sucede en una sala de terapia intensiva donde, en situaciones extremas, cada órgano puede estar conectado a una máquina que lo haga “funcionar”, o sobrevivir. La paradoja es que ahí donde se lo pretende completo, perfecto y potente, con estas intervenciones que se realizan sobre la base de la división cartesiana entre el cuerpo y su goce, se vuelve al cuerpo a su propio despedazamiento, a su propia fragmentación.

La idea de que la ciencia suple la deficiencia del organismo y del cuerpo ignora o niega que cualquier cálculo, medición o programación puede fallar. Incluso que esa falla, es lo único que estaría garantizado.

Lo que enseña el psicoanálisis es que cuando todo parece adecuarse, surge el malestar para recordar que cualquier ideal lleva en su seno su propio fracaso. El sufrimiento puede presentarse bajo la forma de síntoma y dirigirse a quien se supone porta un saber sobre ello. Quedará al psicoanálisis dar una respuesta que restituya el lugar del sujeto y de la castración a la que se intenta suturar.

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