Por Carolina Fontán
Como practicantes del psicoanálisis estamos advertidos de que el lenguaje nos precede, produce efectos y tiene un poder. Decimos que el lenguaje nos precede porque a diferencia de los animales nacemos en un mundo que dispone de un lenguaje hecho de palabras. Además, somos hablados aún antes de nacer. Por otra parte, decimos que tiene un poder porque su dimensión simbólica es el instrumento que se instituye como ideal del yo que aliena al sujeto y lo obliga a corregir su imagen según las exigencias de ese ideal. Germán García agrega que “Hay una acción del significante y hay una pasión de la significación.” Ésta, a su vez, nos pone a merced del Otro que responde. Podríamos decir que aquí yace particularmente el poder del lenguaje. Un sujeto dividido por el lenguaje está obligado a dirigirse al Otro para que signifique el mensaje. Esto le concede lo que denomina poder discrecional del oyente e implica quedar atrapado en una cadena de la cual él no tiene significación, al tiempo que le produce sufrimiento (Germán García 1986).
Ahora bien, ¿qué sucede con el decir y lo dicho? Roman Jakobson introduce el concepto de “funciones del lenguaje” y con ellas subvierte un modelo de comunicación basado en el formato emisor – código – receptor. Brevemente: está lo que se dice y aquello que se hace con lo que se dice (función performativa): enunciado y enunciación. Este enfoque contempla la subjetividad de los interlocutores introduciendo variables tales como: tiempo, espacio, competencias lingüísticas/no lingüísticas, determinaciones psicológicas, así como competencias ideológicas y culturales (Kerbrat-Orecchioni).
Pasemos ahora al lenguaje del poder. Partiendo de la definición de significante de Saussure podemos decir que éste es una entidad material que se percibe a través de los sentidos y que apunta hacia el significado (representación mental o concepto que corresponde a esa imagen fónica). En lingüística, se habla de polisemia para indicar la pluralidad de significados que puede tener una palabra. Se utiliza la connotación para ubicar una valoración positiva o negativa que aporta un sentido secundario; denotar remite a una significación “objetiva”. Estas categorías nos permiten señalar la complejidad del lenguaje y la comunicación humanas. Otro elemento teórico, en este caso, del discurso político es el significante vacío, que Ernesto Laclau define como “significante al que no le corresponde ningún significado, (…), es el significante de la vacuidad, no es un significante que carezca de relación con el proceso de significación. Siendo el lenguaje un sistema de diferencias, podemos decir que todos los términos se relacionan de manera diferencial entre sí y que la totalidad del lenguaje está presente en cada acto singular de significación”1. Se utiliza cuando una demanda asume la representación de una totalidad. Laclau sostiene que “cuanto más expansiva sea la cadena de equivalencias, tanto más la función simbólica de la demanda originaria va a representar una totalidad que la supera en todos los niveles, y tanto más difusa va a ser la relación con su particularidad originaria”. Además, este autor se refiere a las consecuencias de su hipótesis: “Todo tipo de identidad se construye en esta relación inestable entre equivalencia y diferencia, lo que significa que el modelo fundamental de estructuración de lo social es un modelo de carácter retórico. Porque lo que significa la retórica es precisamente que no hay una significación literal, sino que hay un desplazamiento de la cadena significante por la cual un término asume la representación de algo que constantemente lo excede.”
Tomemos por ejemplo eslóganes y frases de algunas campañas publicitarias recientes en nuestro país: “Cambiemos”, “La transformación no para”, “En todo estás vos”, “La libertad avanza”, “Derecho al futuro”, “Primero la gente”. Podemos interrogarnos: ¿qué significa cada uno para cada quién?; ¿en qué consiste el cambio, la libertad, el futuro, la gente?; ¿qué identidades construyen?; ¿sobre qué representaciones se consolidan?Laclau se refiere a un desplazamiento que consiste en que un significante cualquiera se ubica como significante amo y pasa a ocupar el lugar del significante vacío para hacer que el resto de los significantes entren en relación con él. Así, se configura un discurso que tiene gran poder a nivel de las masas sobre significados que son llenados a partir de representaciones individuales.
[1] https://wapol.org/fr/las_escuelas/TemplateArticulo.asp?intTipoPagina=4&intEdicion=1&intIdiomaPublicacion=5&intArticulo=303&intIdiomaArticulo=1&intPublicacion=4
Bibliografía
G.Garcia: Fundamentos de la clínica analítica, clase 4, Serie Intervenciones, Otium, 2007
Kerbrat-Orecchioni: La enunciación: de subjetividad en el lenguaje, Edicial
Comments