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No todas madres

Por Lorena Di Masso


En el mundo contemporáneo asistimos a la coexistencia de ideales modernos y conservadores respecto del lugar de las mujeres en la vida social y la asunción de la maternidad. Unos u otros predominan en distintas sociedades y culturas. Los primeros abogan por el derecho de las mujeres a no tener hijos. Es fundamentalmente en estos contextos donde desde hace décadas se adoptaron métodos precisos para llevar a cabo el control de la natalidad. Situada en este lugar, la cuestión para cada mujer ya no es obedecer un mandato según el cual su único destino posible o forzado sería la maternidad, sino la de ubicarse en una dimensión que en el campo del psicoanálisis llamamos "ética". Ésta supone para cada una, ponerse a “pensar por sí misma”, asumir una posición de “mayoría de edad” - en el sentido kantiano -, apartarse de las rutinas y los hábitos, de lo que se percibe como más familiar. En suma, decidir si quiere ser madre o no.


Si bien, como señala J. A. Miller en su curso Causa y consentimiento, la familia es "una institución que varía en función de las civilizaciones y las épocas [y] lo que llamamos madre y padre depende de una tradición", pensada desde el psicoanálisis, la maternidad se configura en una experiencia libidinal sostenida por un deseo y soportada por un cuerpo. Desde esta perspectiva, ser madre, no es lo mismo que tener un hijo en el sentido biológico de la cosa, es decir, parir. Ser madre implica entonces asumir una función para un otro, con toda la extrañeza y ajenidad que ése puede suponer.


Desde el momento en que los seres humanos estamos atravesados por el campo del lenguaje, podemos afirmar que no hay instinto materno, y mucho menos un saber que garantice lo que es ser “una buena madre”. Tampoco hay un único modo de transcurrir la experiencia. Se hacen evidentes las variaciones en los modos de arreglárselas con eso entre diferentes mujeres, y en distintos momentos de la vida de una misma mujer. Se es una madre diferente con cada hijo. Se trata de una invención vez por vez, en la que se ponen en juego diferentes variables. Simone De Beauvoir, en El segundo sexo, al echar por tierra la idea del instinto maternal, recalca que “la actitud de la madre es definida por el conjunto de su situación y por el modo en que la asume”. Porque tampoco aún la más aguerrida de las planificaciones asegura la adecuación en el encuentro de una madre con un hijo, pues lo único garantizado es la falta de objeto inicial, pérdida constitucional. En este punto ya es conocida la ecuación simbólica niño = falo de la que Freud habló para ubicar el valor que tiene un hijo para una mujer.


Con Lacan sabemos que madre y mujer no se identifican ni se confunden. La madre es una mujer: en toda madre hay con mayor o menor pregnancia una mujer que desea otra cosa que el hijo. Y de hecho, es de radical importancia que la madre, para ser madre, no sea toda para sus hijos. La inversa no es igual: no toda mujer desea, ni tiene por qué, la maternidad. Los ejemplos son variados. En la actualidad, signada por las exigencias sociales, económicas, profesionales a las que las mujeres asisten luego de años de luchas por y para la conquista de derechos, un niño ha podido pasar eventualmente de ser “un tesoro inapreciable” a la marca de “una tara de la femeneidad”, el signo de su “debilidad”, dependiendo del lugar fantasmático en que sea colocado por cada quien y del discurso Amo que se tenga de referencia (el religioso, el científico, el del mercado, etc.), en tanto cada uno de ellos ubica al niño y a la maternidad en un lugar particular, asignándoles un valor determinado. El rechazo (inconsciente) muchas veces se verifica aún en aquellas mujeres que enuncian a viva voz que quieren ser madres y este anhelo les es imposible sin tener razones fisiológicas que lo expliquen. Punto en el que cabe suponer que se pone en juego una contradicción del deseo. Esto mismo puede sospecharse cuando éste no se abre paso aún cuando la biología no acompaña.


Ya sabemos que con los avances de la ciencia, la técnica y el derecho hay distintas vías posibles para llevar a adelante un deseo. En ocasiones, el rechazo a la maternidad se presenta evidente u explícito. Las causas del mismo varían. Pues no todo puede ponerse a cuenta de la inserción de las mujeres en la vida que sucede puertas afuera de su hogar. Si el psicoanálisis algo nos enseña es a tomar distancia de los ambientalismos sin desconocer los contextos. Pues la apuesta es la del sujeto del inconsciente, habitado por un deseo implacable y por ello tormentoso, y por una tendencia a una satisfacción paradójica ligada al sufrimiento. Entonces, la pregunta en cada ocasión sería por la trama que se teje entre lenguaje, goce y deseo en cada quien. Por lo que se asume y lo que se rechaza en cada elección. Por la disposición o resistencia del sujeto a alcanzar y soportar lo extraño del Otro y de sí mismo, esa extrañeza que lo habita. Por el deseo que se abre paso, se tuerce, se contradice, se intrinca, se juega o no.


Cuando adviene, un niño, buscado o no, llega para alguien al modo de un acontecimiento. Se tratará de ver si es posible alojarlo o no, poder hacer del niño un falo, darle un valor libidinal, acogerlo desde el deseo. Porque “¿Cómo haría una madre para amar a su hijo, si en realidad no lo ama? (…) Una cultura que enseña cómo desear, convierte al deseo en un deber. La madre que aprendió (…) lo que debe sentir frente a su hijo, solo desea obedecer (…) (y nada sabemos del deseo en relación a su hijo). La difusión de un cierto saber –por ejemplo, las notas sobre psicología que los medios reiteran– pueden modificar la interpretación de ciertas cosas, pero jamás hacer que el sujeto modifique la causa de su deseo” (G. García, La gran epidemia…”).





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