Por Valeria López
Desde el discurso psiquiátrico, el diagnóstico de melancolía se aplica a la depresión caracterizada por anhedonia, cualidad distinta del estado de ánimo, falta de reactividad a los estímulos, sentimiento de culpa, retraso psicomotor o agitación y anorexia o pérdida de peso, sensación de tristeza, desgano, tanto físico como emocional.
La persona que lo padece no encuentra gusto o diversión en nada. Hay una añoranza por momentos o seres perdidos en el pasado, pero se vive como un eterno presente de sufrimiento. Puede originarse por rechazos amorosos, duelos o cualquier otra sensación de pérdida. Luego de esto, estos sujetos se presentan con apatía frente a la vida.
En 1917 Freud publica Duelo y melancolía; define al duelo como un estado normal del ser humano frente a la muerte o pérdida de un ser amado o una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etc. Pero el duelo al cabo de un tiempo se elabora, en cambio la melancolía se torna un estado de ánimo profundamente doloroso que persiste, donde cesa el interés por el mundo exterior, se produce una pérdida de la capacidad de amar, una inhibición de las funciones y una evidente y significativa disminución del amor propio. De hecho, el sujeto se hace a sí mismo objeto de reproches y recriminaciones. Dice Freud en el artículo mencionado: “el sujeto sabe a quién ha perdido, pero no lo que ha perdido con él”. En el duelo hay un empobrecimiento del mundo, en cambio en la melancolía hay un empobrecimiento del yo. El sujeto melancólico se reprocha, se humilla ante otros sin sentir vergüenza y espera siempre un castigo del que se cree merecedor. El cuadro puede acompañarse de insomnio y rechazo de alimentos, todo lo que tenga que ver con la pulsión de vida. Hay una película que se titula Melancolía (2011) del director Lars von Trier, que representa, con una poesía admirable, a ese cuerpo muerto en vida, pesado, asfixiante, insostenible.
Los autorreproches son propios de este cuadro y responden a su estructura. En la clínica, en el artículo anteriormente citado, Freud señala cómo el sujeto “carece de todo pudor frente a los demás (…) desea comunicar a todo el mundo sus propios defectos, como si en este rebajamiento hallara una satisfacción”. Resalta en el cuadro el descontento con el propio yo, la certeza de no ser nada o una basura. La pérdida objetal cuyo resultado normal sería que la libido sustraída al objeto se desplace hacia otro; en la melancolía deriva en que la libido se dirige al yo y establece una identificación del yo con el objeto abandonado y agrega: “la sombra del objeto cayó sobre el yo”, luego puede ser juzgado por una instancia especial -Superyo- como un objeto (en realidad, como un objeto abandonado).
Freud dice que la clave en estos cuadros psicopatológicos es que esos reproches que el sujeto se autoinflige corresponden en realidad a otra persona, a un objeto erótico que ha sido vuelto contra el propio yo y encuentra en el sufrimiento una satisfacción sádica orientada al objeto pero que impactan en el yo por esta identificación narcisista.
Frente a esta presentación, de nada sirven las buenas voluntades. Muchas veces familiares y amigos se desviven por inyectarle al sujeto una porción de deseo o entusiasmo. Esto mismo sucede con las psicoterapias que apuntan al positivismo y la felicidad. No se trata de eso. Estos sujetos se presentan sin ganas, sin deseo, sin palabras, sin falta. Enfrentados a lo real, pensando lo real como lo inasimilable a la simbolización. Imposible de integrar en el orden simbólico.
Desde el psicoanálisis la apuesta sería la apertura de un espacio para sostener la palabra y con ello la posibilidad de que el sujeto se ubique diferente, esto no quiere decir que cambie su estructura sino sostener -de ser posible- en un espacio analítico, un lugar distinto al de objeto de desecho. Que le haga más soportable ese real al cual se enfrenta.
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