Por Verónica Ortiz
Marzo 2020
Sigmund Freud tituló uno de sus escritos: “De guerra y muerte. Temas de actualidad”. Corría el año 1915, inicio de la primera guerra mundial. Ciento cinco años después, hoy, en 2020, la guerra y la muerte nunca han dejado lamentablemente de ser parte central de la actualidad de nuestros temas.
La pandemia de COVID-19 se ha instalado en el centro de nuestras vidas. “Estamos en guerra”, contra un “enemigo invisible”. ¡El mundo entero lo está! Al comienzo, allá por el mes de enero, se aludía a la epidemia en términos más bien tímidos. A pesar de sabernos todos habitantes de un mundo globalizado de mercados globalizados, permanecía una preocupación todavía demasiado ajena, tal vez recordándonos a nosotros mismos- al modo de amuleto protector- que China se encuentra en la otra punta del mundo. Más tarde, al instalarse progresivamente a través de las experiencias de países muy queridos por los argentinos, Italia y España, nos despertamos a lo inevitable. Ahora, la pandemia está entre nosotros, al menos por un tiempo, incierto todavía.
Mucho se ha hablado ya en términos de política internacional, de políticas sanitarias, de economía, de mercados, de inversión (y desinversión) en recursos humanos e insumos, de demografía, de biocontrol, de avances tecnológicos… ¿Qué más decir? Creo que en esta pluralidad de lecturas, en esta Babel, y en el momento en que escribo estas líneas (fin de marzo) no estamos todavía en condiciones de tomar la necesaria perspectiva que nos permita ver el bosque detrás del árbol.
Pero, en ocasiones como esta, siempre resulta útil releer a Freud, cuyo trabajo antes citado comienza con estas líneas: “Envueltos en el torbellino de este tiempo de guerra, condenados a una información unilateral, sin la suficiente distancia respecto de las grandes trasformaciones que ya se han consumado o empiezan a consumarse y sin vislumbrar el futuro que va plasmándose, caemos en desorientación sobre el significado de las impresiones que nos asedian y sobre el valor de los juicios que formamos.”
Aun conscientes de que frente a la pandemia cierta caducidad pronto afectará no solo a nuestros juicios y opiniones sino también a nuestros actos, debido a lo “dinámico”- y podemos agregar inédito- de lo que nos toca vivir, los practicantes del psicoanálisis sí sabemos algunas cosas: en momentos de angustia social, se agita también la angustia particular, la de cada uno. Sabemos que existen y deben existir- imprescindibles- las respuestas gubernamentales, comunitarias, e incluso penales, pero existen también, y son particulares, las respuestas subjetivas de cada quien. Un evento en la escena social- la guerra contra el enemigo invisible del virus- conecta de modo singularísimo en cada uno de nosotros con lo que Freud llamaba “la otra escena”, la del inconsciente.
Jacques Lacan, psicoanalista francés, acuñó un término: “extimidad”. ¿Qué significa? Como la condensación de palabras lo sugiere, que lo aparentemente externo se halla en el interior, y viceversa. Como en una banda de Moebius, sucesos-hechos, palabras, escenas, imágenes del mundo resuenan de modo muy propio en nuestros cuerpos, recuerdos, fantasías, temores, afectos. Es así que vivimos en el exterior lo más íntimo y en el interior lo más ajeno. Freud lo llamó en alemán lo Unheimlich, lo ominoso o, según otra traducción, lo siniestro. Lo ajeno-propio (oxímoron de verificación implacable en el psicoanálisis) es causa de angustia.
¿De qué modo la angustia social puede convertirse en angustia particular? Una primera respuesta puede ser la negación: “Esto no está sucediendo, no acá, no es real”. Otra, la paranoia: “Todos son peligrosos, cualquiera puede contagiarme”. ¿De qué otro modo podría lo social volverse particular, lo externo tornarse íntimo? A través de un psicoanálisis. ¿Y por qué sería eso algo deseable? ¿No deberíamos más bien erradicar la angustia? Sí y no. Tal vez resulte posible atemperarla lo suficiente como para que nos muestre el camino actuando como la brújula de una experiencia analítica. Una experiencia tal constituye una invitación a quienes quieran saber algo acerca de la causa que anima el deseo que los habita y las inexorables, implacables y determinantes conexiones entre tal deseo y la angustia, la de cada quien.
El otro camino es el menú de tips de control emocional y fármacos varios. En el primer caso, exigirán de nosotros un autocontrol y un conocimiento de sí que nos sumirán en una angustia creciente cada vez que fallemos en el intento de estar a la altura de las circunstancias. En el segundo, nos aletargarán con cierta somnolencia química que impedirá despertar al deseo de saber. Un saber potencial para cada uno, que no es comunitario y para el que no hay listado de prescripciones bienintencionadas- que solo pueden silenciarlo. Porque es inédito, hay que producirlo. Ancla en nuestro pasado pero está hecho de futuro.
Comments