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Darle la chance a la palabra en su dimensión verdadera

Por Félix Chiaramonte

Septiembre 2019

En una época en la que los sufrimientos psíquicos se dan bajo distintas formas, antiguas y nuevas, los modos de respuesta subjetiva en cada persona varían también.

El psicoanálisis, desde que Freud supo rebelarse a la violencia de tratamientos por vía de la hipnosis y la sugestión, le dio una nueva oportunidad al sujeto que no lograba ya dominar los síntomas de su cuerpo, fuese hombre o mujer, niño o adulto, ciudadano o campesino. Los ideales del viejo mundo declinaban, las satisfacciones iban más allá del principio del placer, los deseos inconscientes comenzaban a florecer.

Alguien consultaba por la parálisis no orgánica de sus piernas, otros por la repetición de ceremoniales vacíos, varios por problemas familiares, tantos por desengaños amorosos. Sin embargo lo que se repetía no eran solamente los síntomas sino también las respuestas negadoras del poder médico o de los psicologismos de esos tiempos , que contribuían a la represión de verdades singulares , que no se podrían descubrir sin ese método analítico que subvirtió la historia de las enfermedades psíquicas.

Una revolución en mente estaba en marcha. Sigmund Freud atravesó el saber de los fines del siglo XIX y principios del XX para darle una chance a la palabra.

Aquello que ya no se escuchaba porque se suponía que era una enfermedad hereditaria o pura caída en la sugestión, pasó a tener la dignidad de ser un relato tomado en serio por este vienés, que le dio entidad a aquello que era desechado por la medicina. Lo que supo estar al costado de la historia oficial, pero estaba presente en el folklore, en los chistes populares, en los actos fallidos, los sueños, los delirios, todo eso fue revalorizado por aquel a quien hoy difaman muchos cultores del pensamiento rápido y vano, el que habla de vínculos tóxicos, o del coaching de nuestras vidas, ignorando a quien propuso analizar lenguajes en vez de condicionar conductas.

A partir de Freud la sexualidad comenzó a no ser confundida con la genitalidad pero no por ello se la descartó, la infancia fue reconocida en su complejidad edípica sin quedar en el lugar de lo no hablado, las derivas pulsionales dejaron de entenderse como instintos animales.

Hoy en día sabemos que las fake news o falsas noticias, que estamos vulnerables a cualquier engaño cibernético , o que nuestras claves reposan en las manos de piratas vueltos empleados de empresas que tienen todos nuestros datos para protegernos de otros tan peligrosos como ellos. La paranoia cotidiana no tiene descanso, los políticos inseguros de sí mismos prometen seguridad, los economistas con dinero en el exterior nos indican que debemos confiar en nuestro país. La rueda de la fortuna de los sectores dominantes gira en su propio beneficio, y los pobres miran con la ñata contra el vidrio hasta que se rompa, mientras la clase media oscila entre querer y no poder ser rico como nunca se lo permitirán los millonarios que le harán creer que la culpa es de los más débiles.

Es imposible que todos veamos la misma realidad ya que tenemos las representaciones de cada cual, filtrándola, con las ideologías en las visiones políticas así como las fantasías en los sujetos. Y no se trata de convencernos de nada. No proponemos unirnos indiferenciadamente con otros a hacer grupos para fortalecer vaya a saber qué empatías con quienes desconocemos. No nos anima ningún entusiasmo por abrazarnos a ilusiones de familias Ingalls o aislamientos de vidas eternas de solteros solitarios. No alucinamos con suponer que toda locura es artística o que puede curarse con arte. No promovemos resolver las adicciones con abstinencias monásticas ni con sustituciones mágicas. No creemos que haya una solución de felicidad absoluta, porque además de sonar siniestra, sabemos que la felicidad solamente es episódica.

La modesta intervención del psicoanálisis es, con quien lo desea, no ponerse a imponer un ideal totalista a nadie, sino ofrecer una orientación a cada uno que es la de seguir su propio modo inconsciente de gozar (paradoja de placer y dolor) y así esclarecerse, en un dispositivo propicio a la asociación libre, entendiendo que, salvo en la más extrema de las existencias, no hay quien pueda realizarse por fuera del lazo social.




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