Clase 7: El fracaso de un buen encuentro
- apsftigre
- 27 jun
- 3 Min. de lectura

Enseñante: Carolina Fontán
Comenta: Valeria López
Reseña clase 7: El fracaso de un buen encuentro
Por Carolina Fontán
En la clase 7 del seminario 2025, titulada “El fracaso de un buen encuentro”, hemos señalado algunos de los movimientos que Jacques Lacan produjo de su primera a su segunda enseñanza: de las influencias de la sociología en donde factores históricos y sociales estructuraban la subjetividad, hacia la perspectiva del estructuralismo, con la noción de eficacia simbólica. Estos virajes impactaron en el modo de teorizar y abordar el concepto de transferencia en la práctica, siendo Lacan crítico de las posiciones de sus interlocutores respecto de la manera de concebirla, según su definición, únicamente como transferencia imaginaria.
Todas las corrientes que han estudiado la transferencia han aportado perspectivas parciales. Lacan considera un error pensar que estos estudios deberían tender a una visión unificada de este concepto fundamental. Todo el trabajo de Lacan acerca del tema no lleva a una completud. Lejos de eso, advierte que hay allí un defecto estructural.
El psicoanalista francés se dedica a analizar esas distintas corrientes: genetismo, relación de objeto e introyección subjetiva. En la clase se ubican los fundamentos por los cuales el psicoanálisis lacaniano propone una ruptura con estas teorías. Particularmente, nos centramos en el genetismo, que establece una correlación entre los distintos momentos de la transferencia con las diferentes etapas del desarrollo: idea de progreso, trayectoria predeterminada que va de menos a más, detenciones y déficits y existencia de estadíos. Esto se basa en lo que se conoce como transferencia imaginaria, en donde el analista es la medida de un ideal para el sujeto que se analiza.
Para objetar esta posición, Lacan toma el concepto de desarrollo entendido como aquello “que se produce en la medida en que el sujeto se integra al sistema simbólico, se ejercita en él, se afirma a través del ejercicio de una palabra verdadera” Hablar de desarrollo tiene su razón de ser en tanto éste se inscribe en la historia de un sujeto. Si bien estas dos categorías se ubican en una dimensión sincrónica, lo hacen “a contrapelo”: una situación traumática puede ser significada y resignificada a posteriori. Tiempo después, Lacan hablará de desarrollo y estructura, siendo esta última una categoría a-temporal que habilita ciertas combinaciones (no todas) a partir de un vacío. Esto haría posible transformar la impotencia en imposibilidad.
En relación a la transferencia imaginaria, Lacan sostiene que juega un papel de pivote para, en el mejor de los casos, dar paso a la transferencia simbólica. Los efectos de la imagen se ponen en juego al inicio. Sin embargo, la transferencia no se agota allí. No se trata de trabajar con la parte sana del yo, tampoco supone sostener que el ego del sujeto sea el ego del analista y menos aún que el objetivo de un análisis sea la identificación con éste último. En la transferencia simbólica el lugar del analista es otro: espera, escucha, silencio. Su táctica comprende también la cita, el enigma y la equivocación; ubica que en el discurso del analizante hay algo para descifrar, sin hacer uso del poder de la palabra (como sugestión), sino confrontando al analizante con sus propios dichos y contradicciones para poder lograr una rectificación en la relación del sujeto con lo real, con la realidad de eso que enuncia y su lugar de enunciación.
¿Por qué hablamos del fracaso de un buen encuentro? Porque desde esta perspectiva se rompe con la lógica de entonces. A partir de la propuesta de Lacan el analista es un “amo fallido” por no dar las respuestas que el analizante demanda. Al decir de J. A. Miller, por ser “un mal público” al que se le paga por escuchar, por no dar por supuestos los dichos del analizante, quien a su vez siempre fracasa al creer que puede decirlo todo.






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