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Clase 15: El poder o la verdad

  • Foto del escritor: apsftigre
    apsftigre
  • 11 nov
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 19 nov

Enseñante: Verónica Ortiz

Comenta: Félix Chiaramonte

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Reseña de la clase 15°: El poder o la verdad

Por Verónica Ortiz


Lacan utilizó el sintagma “dirección de la cura” en 1958 poniendo a la discusión qué se entiende por un tratamiento analítico. Podemos interrogarnos también qué es un análisis llevado a su fin. La “cura” no es tal. No nos curamos del lenguaje: es la causa del trauma. Pero luego de un proceso lógico que exige una conclusión, cuando el árbol significante de la historia familiar (no la ‘Historie’ factual sino la ‘Geschichte’ subjetiva), de la novela del neurótico se precipita en cierta reducción, y aún a sabiendas que la pulsión de muerte es incurable, podremos tal vez inventar un montaje significante distinto para mejor hacer con la pulsión.

Universal, particular y singular constituyen categorías útiles a la hora de elaborar una hipótesis diagnóstica para dirigir una experiencia analítica. Lo es también la noción de verdad, ligada a la repetición inconsciente, tanto en su relación al saber, como en su relación al objeto. El universal de los diagnósticos analíticos es muy distinto de la profusión de trastornos reificados por el DSM con su descripción fenomenológica de un interminable listado de síntomas supuestamente observables. El particular es lo que se dice en un análisis, aquello que hace que cada neurosis sea distinta de otra. No obstante, los significantes del particular no se absorben en el diagnóstico universal, y queda otro particular nuevo que es la singularidad, construida como segundo tiempo, o una vez que se haya verificado lo irreductible. Es lo más difícil de aislar de un análisis, un saldo, después de muchas vueltas dichas, que resta, como el ombligo del sueño.

En cuanto a la noción de verdad, a esta altura de la enseñanza de Lacan aún se trata de la “palabra plena, aunque siempre medio mentirosa, dicha a medias, desconocida por el yo que habla, que remite al sujeto del inconsciente, la verdad tras las líneas punteadas del esquema Lambda. Pero ya a la altura del ‘Seminario 17’ se había producido un importante viraje: la verdad, “hermana de goce”, en relación al objeto a, aquello que soy cuando empalidece toda función significante y quedo reducido al puro agujero.

La dirección de la cura no será sino la de aquel que haya desistido del ejercicio de un poder y librado del “furor sanandi" que Sigmund Freud aconsejara abandonar. En su séptimo seminario, Lacan menciona lo que conviene recordar en el momento en que el analista se encuentra en posición de responder a quien le demanda la felicidad: “La cuestión del Soberano Bien se plantea ancestralmente para el hombre, pero él, el analista, sabe que esta cuestión es una cuestión cerrada. No solamente lo que se le demanda, el Soberano Bien, él no lo tiene, sino que además sabe que no existe.”

Aquello que permitiría el acto analítico, a diferencia de una acción terapéutica o un apaciguamiento de la culpa a través de la confesión religiosa, es el deseo del analista: “Lo que el analista tiene para dar, contrariamente a la pareja del amor, es lo que la novia más bella del mundo no puede superar, a saber, lo que tiene. Y lo que tiene no es más que su deseo, al igual que el analizado, haciendo la salvedad de que es un deseo advertido [...]” Un deseo tal y el acto analítico constituyen- y habrá que demostrarlo por sus efectos après coûp cada vez- el resultado de un análisis: el del analista. Es así que la dirección de la cura no podrá prescindir del trípode freudiano: análisis, estudio de la doctrina y control de los casos.

Hacia el final del escrito, Jacques Lacan se pregunta a dónde va pues la dirección de la cura, “interrogando a sus medios para definirla en su rectitud”:  1- La palabra tiene en ella todos los poderes.  2- Estamos lejos por la regla fundamental de dirigir al sujeto hacia la palabra plena pero lo dejamos libre de intentarlo. 3- Esa libertad es lo que más le cuesta tolerar al analizante. 4-La demanda se pone en el análisis entre paréntesis, está excluido que el analista satisfaga ninguna de ellas. 5- El sujeto es dirigido a la confesión del deseo. 6-La resistencia a esa confesión se debe a la incompatibilidad del deseo con la palabra.

Jacques-Alain Miller dijo alguna vez que el escrito ‘La dirección de la cura y los principios de su poder’ podría haber llevado por nombre ‘El poder o la verdad’. Hemos diferenciado ya en varias oportunidades este año entre el ‘poder’ y el ‘ejercicio del poder’, siendo el primero el poder del lenguaje y, de no permanecer el analista a la altura de un poder tal, quedará como recurso el ejercicio del poder, testimonio de su impotencia.

Resta abordar esta cuestión a partir de la pregunta sobre qué alcances podría tener ‘poder/verdad' en los modos de organización de un grupo analítico. Jacques-Alain Miller sostiene que la crítica de la dirección de la cura en Freud y la crítica de la dirección de la institución están en continuidad. “No se puede criticar el poder institucional e internacional sin colocar en cuestión, en el mismo sentido, la dirección clínica, y, más allá, el deseo de Freud. Esta es la propuesta de Lacan, que pensaba que el vínculo de Freud con el discurso del amo, con el nombre del padre, era necesario para el descubrimiento del inconsciente y de la invención del psicoanálisis.”

En ‘La proposición del 9 de octubre de 1967’ pensaba Lacan: “Al atenerse al modelo freudiano, aparece de manera muy manifiesta el favor que reciben en él las identificaciones imaginarias.” También en ‘La dirección de la cura’ permaneció muy atento a la cuestión del agrupamiento de las analistas: “No en vano la psicología analítica se orienta más y más hacia la psicología de grupo, e incluso hacia la psicoterapia del mismo nombre. Observemos sus efectos en el grupo analítico mismo.” Miller se refiere a este punto con el término “mutualismo. Hay un devenir mutualista del grupo analítico: hacia la burocracia, la jerarquía, lo previsible. Una asociación responde a reglas de derecho, a necesidades de gestión, a servir intereses legítimos. Jornadas, publicaciones, asambleas, son parte de la vida institucional. Pero pueden llegar a atentar contra lo analítico, se corre el riesgo de deslizarse hacia la defensa contra lo imprevisible. Todo en el grupo va contra el uno por uno… cuando no hay transferencia. Recordemos que al final del análisis la transferencia deviene- en el mejor de los casos- transferencia de trabajo.

La solución de Lacan es conocida: era “seamos analizantes”. Un modo para que el grupo no se mutualice sería que quede siempre un poco disgregado, de la buena manera. Que resguarde el uno por uno, esa dimensión que es propia de una asociación analítica y que debe imponerse al grupo y a la visión corporativa de sus intereses profesionales.

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