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Duelo y Narcisismo



Duelo y Narcisismo


Por Verónica Rios

Freud escribe en 1915 “Duelo y melancolía”, texto que puede considerarse una extensión de “Introducción del narcisismo”. Define al duelo como la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal. ¿Qué pasa en el duelo? Freud plantea una pregunta sobre el curso del trabajo del duelo: ¿en qué consiste? Se configura a partir del examen de realidad: “El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto”. Esta renuncia tiene sus dificultades; entre ellas, no se abandona fácilmente un enlace libidinal aunque aguarde un nuevo objeto. Hay un camino que Freud ubica como rechazo a este acatamiento a la realidad, se trata de la psicosis alucinatoria de deseo. Freud señala que no hay que considerarlo un estado patológico; sí a la melancolía. Su presentación clínica consiste “en desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en auto-reproches, auto-denigraciones y hasta una delirante expectativa de castigo.” Ahora bien, Freud señala que el duelo se asemeja en algunos rasgos, salvo la perturbación del sentimiento de sí. Un rasgo diferencial para el diagnóstico es precisamente este daño narcisista, donde se observa un empobrecimiento del yo a diferencia del duelo, donde se empobrece el mundo del sujeto.

Freud plantea una pregunta sobre el curso del trabajo del duelo: ¿en qué consiste? Se configura a partir del examen de realidad: “El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto”. Esta renuncia tiene sus dificultades; entre ellas, no se abandona fácilmente un enlace libidinal aunque aguarde un nuevo objeto. Hay un camino que Freud ubica como rechazo a este acatamiento a la realidad, se trata de la psicosis alucinatoria de deseo.

Pieza por pieza

Ese acatamiento se ejecuta -para el llamado duelo normal- pieza por pieza con un gran gasto de energía de investidura y agrega que, mientras tanto, el objeto perdido continúa en lo psíquico. Freud señala la desinvestidura libidinal del objeto amado, comandada por el examen de realidad. En este trayecto un displacer doliente acompaña al sujeto. Dicho proceso conlleva tiempo.

¿Qué pasa en la melancolía? En principio, ésta también puede desencadenarse como respuesta a la pérdida de un objeto amado o de naturaleza ideal. Vale para la pérdida por muerte o por abandono de la persona amada. Y aquí se complejiza el lugar de la pérdida para el sujeto; Freud establece el carácter enigmático que tiene por parte del sujeto esta particular pérdida: “No atinamos a discernir con precisión lo que se perdió, y con mayor razón podemos pensar que tampoco el enfermo puede apresar en su conciencia lo que ha perdido”. Hay un valor de otra índole, afirma que “él sabe a quién perdió, pero no sabe lo que perdió en él”. Sobre este punto Freud señala que de algún modo la melancolía se trataría de una pérdida de objeto sustraída a la conciencia, a diferencia del duelo donde no hay nada inconsciente en lo que concierne a la pérdida.

Freud introduce la identificación al objeto perdido, destaca que algunas personas se calumnian a sí mismas, el yo ha tomado el lugar del objeto, hay una identificación del yo al objeto perdido, de manera que el yo se convierte en ese objeto perdido. Entonces, el problema es que no hay pérdida de objeto, ni se resigna la carga libidinal del objeto. Freud presenta aquí la identificación narcisista, “la sombra del objeto cae sobre el yo”, el yo puede ser juzgado por una instancia particular, como un objeto, como el objeto perdido. De ahora en más los reproches dirigidos al objeto recaerán en el yo, por la sustitución producida: “El análisis de la melancolía nos enseña que él solo puede darse muerte si en virtud del retroceso de la investidura de objeto, puede tratarse a sí mismo como un objeto, si le es permitido dirigir contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y subroga la reacción originaria del yo hacia objetos del mundo exterior”. Hay que considerar dos cuestiones: por un lado, que Freud ubica al odio como lo más originario, como repulsa primigenia del yo narcisista a los estímulos del mundo exterior (planteado en “Pulsiones y destinos de pulsión” de 1915. En 1923 en “El yo y el ello”, va a nombrar esta instancia particular llamada superyó, a quien el yo se confiesa culpable y se somete.

A propósito de la hostilidad hacia el objeto en los reproches, Freud ubica su presentación bajo el camino de la represión, tanto en la neurosis obsesiva como en la histeria. Lacan va a retomar hacia el final del seminario “La transferencia” un punto específico, un punto de confluencia entre duelo y melancolía. Se trata de un cierto tipo de remordimiento, desencadenado por un desenlace que es del orden del suicidio de un objeto del campo del deseo, una persona amada. Orienta a tomar el camino que trazó Freud al indicar que ya en el duelo normal la pulsión que el sujeto vuelve contra sí podría ser la que dirigía hacia el objeto. Y agrega que en esos casos se puede ver cómo vuelve al sujeto una potencia de insultos, que puede estar emparentada con lo que se manifiesta en la melancolía. El origen se halla en lo siguiente: en tanto el objeto amado se ha destruido, entonces no valía la pena tener con él tantos miramientos. Propone que el analista pueda discernir la posición del sujeto con respecto al Ideal del yo y a, punto de conmoción fantasmática del sujeto que atraviesa una magna pérdida. Agrego una manifestación privilegiada, la idealización que el sujeto le procura al objeto como reacción a dicha pérdida con la concomitante hostilidad reprimida.

Señala Miller en “La angustia -Introducción al Seminario X-” que hacia el final del Seminario de “La transferencia”, Lacan plantea una estrecha relación entre el duelo y el i de a, con la imagen, con el objeto de amor, en su estructura narcisista. Entonces, el trabajo del duelo se trata de una enumeración de detalles imaginarios para su pasaje a lo simbólico, la simbolización de esa pérdida. El duelo responde a la pérdida del objeto a con manifestaciones carnavalescas, de proliferación imaginaria y narcisista. En cuanto a la melancolía y su relación al pasaje al acto, el sujeto atraviesa su propia imagen para alcanzar el objeto a. Su contrario, la manía, muestra la no función del a minúscula, como supresión del lastre del objeto a, que revela cómo el objeto a es la clave en tanto punto de basta.

Para concluir

Qué se pierde con esa persona amada, qué condensa ese lazo al otro en su dimensión imaginaria, al Otro en su dimensión simbólica y la dimensión de goce del Otro, son los recorridos a los que el sujeto está concernido para saber qué perdió con esa pérdida. Los sujetos nos prueban que todo enlace al otro y al Otro, en su disyunción y conjunción puede ser conmovido como resultado de esa valiosa pérdida en la economía libidinal del sujeto.


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