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Clase 2: Del oráculo a la falta de ser: el pago del analista

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    apsftigre
  • 11 abr
  • 3 Min. de lectura
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Enseñante: Virginia Gilardi

Comenta: Verónica Rios

Reseña de la clase 2: Del oráculo a la falta de ser: el pago del analista

Por Virginia Gilardi

         En el escrito "La dirección de la cura y los principios de su poder" que nos convoca este año en nuestro seminario anual, J. Lacan pone al analista en el "banquillo", planteando cómo queda implicado en la dirección de la cura. En el contexto de debate con los postfreudianos, aquellos ligados a la psicología del yo, partidarios de su la autoconciencia la autonomía, el fortalecimiento yoico y el horizonte y fin de un análisis con relación a la identificación con el analista, Lacan, también postfreudiano, nos propone una diferencia. Se trata de analizar de qué poder se trata en una cura. De esta manera señala una dimensión ética que ya estaría en los escritos técnicos de S. Freud, más allá de una indicación técnica. Retoma este escrito con relación al poder y al ejercicio de un poder en una cura, estableciendo sus diferencias. La relación de un sujeto al lenguaje, lejos de comandar con sus palabras lo que dice, lo ubica como efecto de esas palabras que enuncia.  

El analista puesto en el banquillo por Lacan tiene que dar cuenta de una acción analítica a la medida de esta relación del sujeto al lenguaje. Tenemos que señalar entonces cómo el poder de las palabras en una cura es completamente diferente al ejercicio de un poder por parte del analista.  Lacan se refiere al poder y ubica allí el poder de la palabra.  Cuando quien conduce la cura no está a la altura de considerar esto, estará haciendo ejercicio de un poder. 

La matriz del poder de la palabra queda establecida y escrita como S1 S2. No hay un significante que nombre al sujeto, quien estará destinado a remitirse siempre a otro significante en búsqueda de una significación.  Único medio, la palabra, además, para acceder a una verdad que se le revele y pueda sorprenderlo. 

Poder del lenguaje que nos deja a merced del Otro que nos daría ese significado. Hay una acción del significante y una pasión por la significación. Si el analista se ubica en el lugar de dar respuestas a lo que el sujeto demanda, es lo que enunciamos como el analista en el lugar de I [A]. Allí lo encontramos como un pequeño líder de masas que tiene la significación de la vida del otro. Estamos aquí en el campo de la sugestión del lenguaje. Ese poder S1 S2 que llama a otro a la significación. ¿El analista se va a aprovechar de ese lugar?  Hay una sugestión del lenguaje y un análisis posible de esto. 

En su escrito “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Lacan dice: “El dicho primero es oráculo y confiere al Otro su oscura autoridad”. El analista es llamado a ese lugar. Porque la primera posición del analista es la de S2, el significante del saber. Es convocado a revelar enigmas.   

Dirá que el analista también tiene que pagar y que lo hará de tres maneras. Plantea cómo queda implicado el analista, bajo la forma de pago. Pagará con palabras en la interpretación. Lacan tomará la expresión “amo en su barco” describiendo al analista con la autoridad para interpretar, pero también considerando la dificultad de medir el impacto de sus palabras. Pagará con su persona, en un desdoblamiento en la transferencia. Desdoblamiento que lo hará estar allí no con su persona, sus ideales, sus sentimientos, sus pensamientos sino con el cuerpo en su presencia. Pagará finalmente con su deseo. Una acción que va al corazón del ser, que debemos enunciar como falta de ser. Lacan se refiere a estas tres reglas de la práctica, con los términos táctica, estrategia y política del psicoanálisis en el transcurso de una cura.  

En este planteo, Lacan sitúa a la interpretación como la táctica y ubica a la transferencia como un movimiento estratégico, en relación con la disposición de quien habla y se juega en su presencia.  Finalmente, el analista y su política, que va más allá del psicoanálisis como cura ya que su deseo está ligado a la causa del psicoanálisis y, ¿por qué no? al deseo de Freud, es decir al deseo de analizar. 


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