Por Verónica Ortiz
“Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en el medio del patio”, dice el personaje de Julio Cortázar en Rayuela[i]. El encuentro amoroso en ocasiones es un coup de foudre (el rayo al que alude el escritor) o un “flechazo” de Eros: parece que el amor se anunciara más del lado de la mala que de la buena noticia.
¿Existe el amor a primera vista? ¿En qué consiste ese no-sé-qué que desencadena el rapto amoroso?
Si seguimos a Sigmund Freud en sus "Contribuciones a la psicología del amor" [ii] hallaremos que se trata, aun en los flechazos, de amor a segunda vista. Para el creador del psicoanálisis todo amor es amor de transferencia, ya que todo amor encuentra un objeto perdido al que no podría hallar si no lo hubiese extraviado antes. Así, se “transfiere” de un objeto a otro. Esto implica que todo encuentro es, en realidad, un reencuentro. Las condiciones exigidas al objeto de amor constituyen puntos de fijación a los objetos incestuosos de la infancia que- eficacia de la prohibición del incesto y período de latencia mediante- han tornado a nuestros amores imposibles, obligándonos a buscar sus subrogados fuera de la familia.
Freud denomina a esas condiciones Liebesbedingung, “condiciones de amor” y son, para cada quien, muy puntuales debido a que tras ellas se oculta el objeto causa de deseo. El enamorado se prenda de una imagen i(a) en la que ya está presente entre paréntesis el agalma.
Es un curioso fetiche el que desencadena el flechazo del paciente de Freud [iii]: un cierto brillo en la nariz. Aquí se demuestra que es el significante el que estructura el deseo. Porque el rasgo fetichista en cuestión es un cierto Glanz auf der Nase, en alemán, que remite entre lenguas a glance on the nose, en inglés. Nos deslizamos así del brillo a la mirada. Este brillo en la nariz que constituye el fetiche pone en juego el objeto a como causa de deseo. Y será aquella mujer que encarne esa presencia, la que desencadenará el golpe de rayo.
En Lógicas de la vida amorosa [iv], Jacques-Alain Miller estudia algunos otros flechazos. El primerísimo de ellos: el de Adán y Eva. Después de inferir que la sexualidad de Adán comienza por la perversión- sexo con animales- la elección de objeto como tal se produce cuando la mujer le llega desde el Padre. Eva es, de entrada, la mujer que pertenece al Otro. En el horizonte está el legítimo propietario, el que marca el camino del deseo.
Otro golpe de rayo: el de Fausto por Margarita. Aquí Miller ejemplifica la primera contribución freudiana a la psicología del amor en la que este último se aboca al estudio de un tipo de elección particular[v]: la de algunos hombres que sobrestiman a una mujer de dudosa reputación, imponiéndoseles una urgente necesidad de “rescatarlas” a través de su amor. En tales casos el objeto de amor debe reunir la condición de pertenecer a otro(s) hombre y la de ser una “mujer fácil”. Del lado del enamorado, se observan las siguientes conductas: la sobrestimación del objeto amoroso, el carácter obsesivo en relación a este amor, la tendencia a “rescatar” a la amada. Freud reconduce este tipo de elección amorosa a la constelación materna: existe una fijación infantil de la ternura a la madre y el desasimiento de la libido-en estos casos- se ha demorado más de la cuenta. La madre ha sido (es) ese objeto primero y único (sobrestimación), que pertenece al padre (tercero perjudicado), tiene mala reputación (el varoncito termina enterándose de su comercio sexual con el padre), y es menester de ser rescatada (hacerle un hijo).
Retomando la referencia a Goethe, Fausto se enamora instantáneamente de Margarita- a la que llama “señorita”- pero a la que nombra inmediatamente después como mujer fácil, cuando exige a Mefistófeles que le consiga sus favores: “Tú debes procurarme esa Dirne (mujer pública, prostituta)”.
Finalmente, la condición de amor (causa de deseo) de Jacques Rousseau. El pensador revolucionario tuvo un único amor a pesar de estar casado con Teresa, de la cual habla como de una compañera. El flechazo lo atravesó cuando vio por vez primera a Mme d' Houdetot, la amante de un amigo. La imagen en cuestión es la de una mujer de rasgos dominantes, que viste atuendos masculinos al montar su caballo, y que remite a un goce, el goce de Rosseau: ser azotado por una mujer, tal cual lo fue cuando niño por su gobernanta. Pero, en este caso, se trataría de un sujeto psicótico, para quien resultaría aplicable la siguiente afirmación freudiana: “Todas las formas principales, consabidas, de la paranoia pueden figurarse como unas contradicciones a una frase sola: Yo (un varón) lo amo (a un varón) [vi]”. Miller despliega una argumentación detallada que se apoya en su lectura de Las confesiones y sostiene que tal fórmula se aplica al caso de Jacques Rousseau quien, identificado a la posición de la mujer enamorada (Mme d' Houdetot), se dirige sin saberlo al amante de esta.
Por otra parte, la literatura de Shakespeare nos acerca otro amor a primera vista: el de Romeo y Julieta. Paul Laurent Assoun estudia en detalle [vii] este drama en el que los conflictos políticos y amorosos están íntimamente ligados. El obstáculo de filiación es decisivo para el desencadenamiento de la pasión amorosa. Assoun se pregunta cuál es la causa y cuál el efecto y concluye que es la interdicción parental en sí misma la que causa el deseo e instala la pasión.
El paciente freudiano, Adán, Fausto, Rousseau, Romeo… personajes disímiles, reales o ficcionales, dan cuenta de rasgos particulares que desencadenan un amor casi inmediato. En mayor o menor medida, así sucede también en los enamoramientos menos espectaculares. Para hombres y mujeres se trata, en las cosas del corazón, de la condición de amor y de deseo que anima a cada quien. En ocasiones, la tyche permite el encuentro-reencuentro- de tales condiciones encarnadas en alguien y entonces esos rasgos, esos brillos, esas prohibiciones, esos no-se-qué vuelven a ese alguien irresistible, adorable.
Para finalizar, un recorte de uno de los ochenta fragmentos del discurso amoroso según Roland Barthes [viii]: “Adorable: (…) han sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo. Hay allí un gran enigma del que jamás sabré la clave: ¿por qué deseo a Tal? ¿Es todo él lo que deseo (una silueta, una forma, un aire)? ¿O no es solo más que una parte de su cuerpo? Y, en ese caso, ¿qué es lo que, en ese cuerpo amado, tiene vocación de fetiche para mí? (…) Adorable quiere decir: éste es mi deseo, en tanto que es único.”
[i] Cortázar, J: Rayuela, Alfaguara, Buenos Aires, 1963.
[ii] Freud, S: Obras completas, Volúmen XI, “Contribuciones a la psicología del amor”, Amorrortu, Buenos Aires, 1973.
[iii] Freud, S: Obras completas, Volúmen XXI, “El fetichismo”. Amorrortu, Buenos Aires, 1973.
[iv] Miller, J-A: Lógicas de la vida amorosa. En Conferencias porteñas Tomo 2, Paidós, Buenos Aires, 2009.

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