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El denominado bullying y sus tratamientos

Por Myriam Leguizamón


Desde el año 2013 se ha establecido el 2 de mayo como el Día internacional contra el acoso escolar; en más de 40 países se conmemora ese día con el fin de concientizar sobre esta problemática.

Un artículo de este año en Página/12 anunciaba -de acuerdo a los datos aportados por un estudio realizado entre enero de 2021 y marzo de 2022- que en la Argentina 7 de cada 10 niños sufrían algún tipo de acoso escolar. Destacaba la nota que cada vez se reportan más casos de hostigamiento en las redes, los cuales aumentaron un 20 % con respecto al mismo informe del año 2019. Frente a ese aumento -desde el Observatorio de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes de la Defensoría de la Provincia de Buenos Aires- se presentó una guía para padres, madres e integrantes de comunidades educativas con el objetivo de brindar herramientas básicas para la prevención y el abordaje del bullying.


Frente a estos fenómenos en clara expansión existen diferentes métodos y organizaciones que intentan, cada una desde sus orientaciones, dar algunas estrategias para intentar “dominarlos”. Entre las más destacadas, por sus buenos resultados, se encuentra el método KiVa (acrónimo de Kiusaamista Vastaan, que en finés significa en “contra del bullying”), que ya se está implementando en algunos colegios de nuestro país.


Todos sabemos que el término bullying es relativamente nuevo, producto del marketing de las técnicas conductistas y está asociado al acoso escolar, pero el hecho al que se refiere es tan viejo como el mundo y no es exclusivo de la escolarización. Hostigar, intimidar, burlar, degradar son acciones presentes en la vida cotidiana familiar, social y laboral. En algunos ámbitos incluso estas acciones forman parte del folklore de una actividad: por ejemplo los cánticos del fútbol, los cánticos políticos, etc. Si bien por momentos estas expresiones pueden generar enfrentamientos violentos, en general se mantienen en el marco de la diversión.


Hay otros ámbitos -para nada divertidos- donde se ponen de manifiesto el hostigamiento, la humillación y la segregación en sus niveles más crueles: la xenofobia y el racismo son algunas de sus caras. En su presentación autobiográfica Sigmund Freud da cuenta de eso: “La universidad, a la que ingresé en 1873, me deparó al comienzo algunos sensibles desengaños. Sobre todo, me dolió la insinuación de que debería sentirme inferior y extranjero por ser judío”.


La historia está plagada de hechos segregativos por doquier y la actualidad también, pero voy a referirme en esta ocasión al acoso en al ámbito escolar. ¿Qué podemos decir desde el psicoanálisis sobre esto?


A modo de respuesta comentaré aquí el prólogo de Miquel Bassols en el libro Bullying, acoso y tiempos violentos (Grama, 2006) que considero una buena brújula para la clínica.

De modo muy interesante comenta que el origen del término “bully”, que hoy designa en lengua inglesa al “matón”, al que intimida, al que acosa y extorsiona a los más débiles; en el siglo XVI tenía el sentido de “amante”, pudiéndose aplicar al sexo que fuera: se refería al querido o a la querida del señor feudal. Se supone que bully proviene del término holandés boel que significaba también “amante”.


Sorprende la significación antitética, pero señala aquí el parecido con el término alemán “Unheimlich” (lo más familiar y lo más extraño), traspolado a lo más odiado y lo más querido. Esto lo lleva a pensar la suposición de una demanda ignorada: ¡quiéreme!, demanda de amor paradójica que articulada “con el feroz imperativo que Lacan situó en la figura del superyó (…) llega incluso a destruir el objeto de amor”. Se pregunta y nos invita a preguntarnos “¿Sería el bullying una manifestación de una demanda de amor -que no se sabe a sí misma, que no puede afirmarse- si no es en el abuso del poder exhibido ante los otros?”.


Bassols brinda pistas para pensar sobre estos fenómenos señalando que hay dos rasgos fundamentales en cualquier escena de acoso escolar: “la fijación del acosador con su víctima -idéntica estructuralmente a la que en la pareja sádica une al sujeto con su objeto inseparable- y el grupo como tercero observador”. Por lo tanto hay tres lugares: víctima, acosador y grupo; esto último marca una diferencia fundamental con otros tipos de escenas de acoso o violencia, donde hay dos sujetos y siempre se trata de estar lejos de la mirada de los otros.


El autor da indicaciones precisas para el abordaje de estas situaciones: en el caso de la víctima hay que desvictimizarla devolviéndole su condición de sujeto; al acosador hay que interrogarlo para que vislumbre algo de su demanda de amor-odio, y al grupo hay que desarmarlo e interrogar a cada uno fuera del ámbito grupal a fin de que ubique la satisfacción en juego que lo confirma como parte integrante de la escena. Estas indicaciones podrían entenderse cómo practicas aplicables por cualquier miembro implicado en estos conflictos, pero al final del prólogo Bassols separa las aguas y dice “La escuela, la familia, los mediadores encontrarán siempre un límite en su intento de solucionar estos fenómenos, el limite estará en lo imposible de educar el goce y en lo imposible de mediar entre el sujeto y el objeto de ese goce.” Estas indicaciones se alinean muy bien con los “consejos al médico” que Freud formuló en 1912.


Considero que las propuestas metodológicas para el tratamiento del bullying que plantean un alto nivel de eficacia cómo el método KiVa, las guías para padres y maestros, los talleres implementados en las escuelas son estrategias que intentan establecer nuevas reglas de convivencia. En definitiva, son nuevos mecanismos de control que deben existir en las instituciones. El psicoanálisis propone otra cosa: en palabras freudianas serán las inhibiciones, los síntomas y las angustias de cada quien, sea víctima, acosador o público lo que se pondrá en juego en un análisis. Para aquel que quiera preguntarse sobre lo que le pasa, para aquel que crea en el inconsciente, el análisis posibilitará enterarse sobre algo del goce ignorado que lo habita y -advertido de eso- abrirá las puertas para una respuesta diferente.







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