Reseña de clase del 2 de junio de 2023
Por Augusto Pfeifer
Una pregunta de Germán García se presenta como orientadora de lectura de la clase ‘El hecho y el dicho” del Seminario 16. En ‘Del dicho al hecho’ (Revista Descartes 1, 1986) podemos leer: “¿De qué manera la lectura de Jacques Lacan afecta lo que el analista hace y dice cuando está en su función?”.
Desde este interrogante -que toca la política del psicoanálisis- se delimitan las fronteras que pueden advertirse entre el hecho y el decir: “no hay sujeto más que de un decir”, repara Lacan. Este efecto, incalculable, configura un tiempo en el que se “insinúa” una verdad a ser interpretada, efecto de un real que no se deja apresar por la palabra (recordemos las clases previas, de nuestro ciclo 2023, en las que veníamos considerando a la verdad como un “lugar agujereado”).
Se propone así, para el analista, traducir la necesidad en encontrar una causa del malestar, hacia un interés de analizar las determinaciones de las inhibiciones, de las angustias, de los síntomas, que habitan a quien consulta.
Se plantea pensar sobre la tensión entre el sujeto-supuesto-saber y la neurosis de transferencia. En esta línea se recuerda la orientación de Lacan de poner en juego la transferencia negativa. ¿De qué modo? En principio, advirtiendo lo que el sujeto a lo largo del tiempo, es capaz de soportar (con la multivocidad que tiene esta palabra). ¿Qué decir soporta el hecho que denuncia?
A lo largo de la presentación se presenta la dimensión del sufrimiento que -encubriendo un decir- “quiere ser síntoma”: se inaugura entonces la posibilidad de que lo inconsciente se abra por la intervención analítica. Una referencia de Lacan a la teoría freudiana se señala: “originalmente, el sujeto, respecto de lo que remite a alguna caída del goce, solo podría manifestarse como repetición, y repetición inconsciente”.
La sorpresa propia del ‘Witz’ es iluminada para dar cuenta del valor de la interpretación. Así, ésta anuda un deseo con la ‘desinencia del decir’, presentificando la falla en lo absoluto del Otro. ¿Qué dimensión fundante ‘sabemos’ respecto de la falla? Freud anuncia que en esa Otra escena, inconsciente, no se cuenta con la representación de lo femenino, ni de la muerte.
Se apuesta entonces sostener “la determinación del sujeto en el hecho de que un significante lo representa para otro significante”. Esta tan repetida sentencia lacaniana se afirma en su propia oscuridad: no hay sustancia ni significante por sí, que represente al sujeto. No hay metalenguaje -aunque se pretenda analítico- que anticipe la aparición del sujeto en su singularidad.
Podemos ubicar un movimiento que va del hecho al decir en un primer tiempo de la experiencia analítica: desde el mayor sentido común “esto me pasó” -con el consecuente despliegue de la queja en relación al otro, a sus inhibiciones, a sus angustias, al circuito mortificante al que se ve sometido, a sus certezas que lo torturan- hacia el decir del analizante sobre el que se opera una transformación: intervención sobre el discurso ‘sancionando’ la posición de goce del que habla, abriendo así la posibilidad de la rectificación del sujeto.
Se desplegaron diversas vías en las que un hecho se presenta en cada forma clínica. Una posición pasiva frente a la acción del otro en la histeria, desconociendo su implicación bajo la figura del alma bella; la insatisfacción se instaura como hecho. En la neurosis obsesiva, la culpabilidad ante un exceso, ahora en la forma activa, se desplaza a la mortificación de su deseo. Algo del hecho se vuelve no dialectizable en la psicosis: certeza de persecución, tortura de fragmentación: lo simbólico se vuelve real.
En esta clase podemos leer: “El Otro da únicamente la estofa del sujeto, es decir, su topología, aquello por lo que el sujeto introduce por cierto una subversión, pero que no es sólo la de él”. Sigue: “se trata de la subversión que el sujeto introduce, pero de la que se sirve lo real, que en esta perspectiva se define como lo imposible. Ahora bien, en el punto preciso en el que nos encontramos, no hay sujeto más que de un decir”.
No escuchamos entonces al sujeto como un ser pensante, sino como efecto de su decir. Esta dependencia se instituye así como el material mismo sobre el cual cada analista leerá la singularidad de cada malestar: “Hay sufrimiento que es hecho, es decir, que encubre un decir. Por esta ambigüedad se refuta que sea insuperable en su manifestación. El sufrimiento quiere ser síntoma, lo que significa verdad”.
Comentario sobre la risa y la elisión
Por Valeria López
Lacan retoma la articulación lógica del par ordenado S1-S2 en su interés por demostrar que el Otro no encierra ningún saber que se presuma absoluto. El saber está en la subversión del sujeto, y la risa muestra la inconsistencia del Otro donde el saber falla. El chiste provoca risa porque está enganchado con esa falta inherente al saber y lo risible es lo vivo del discurso.
Es el efecto de sorpresa lo que hace que el ‘Witz’ funcione, efecto de levantamiento de una inhibición. Freud situaba que para que ello ocurra, el otro debía compartir las mismas inhibiciones, debía haber comunidad.
Lacan en este apartado deja la elisión del lado del chiste y la risa en relación al objeto a y lo que se elude sería la función de la plusvalía; eso diferencia la risa del chiste de la del capitalista. Es en ese poco más de valor donde el hombre ingenuo agradece al capitalista sus herramientas superiores y el capitalista ríe.
Una cosa sería la risa por la palabra en la articulación significante con una ganancia de placer a pesar de haber traspasado las inhibiciones sociales gracias al ingenio, agudeza, y otra la risa del capitalista que más bien se trata de un goce de quien ríe solo.
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