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Clase 12: Función de la verdad, fragmentos del saber





Enseñante: Verónica Rios.

Comenta: Augusto Pfeifer


La duodécima clase del Seminario Anual, titulada “Función de la verdad, fragmentos del saber” abordó especialmente el capítulo XI, del Seminario XVI de J. Lacan “Debilidad de la verdad, administración del saber”. Lacan va a privilegiar en este momento de su enseñanza un desplazamiento de la verdad al saber. J. A Miller en la clase “Hacia un significante nuevo” señala que este viraje queda encubierto, y que no se ha señalado consecuentemente. Este pasaje, del inconsciente como verdad al inconsciente como saber, es contemporáneo a la valorización del matema y de un acento que ya no se pone sobre “hablar” sino sobre “escribir”.

¿Es posible una nueva relación al significante? Lacan en la “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela” dice que: “lo no-sabido se ordena como el marco del saber”, se trata de cómo se realiza la acumulación de saber en la experiencia analítica, y que solo en el discurso analítico el saber es localizado en el lugar de la verdad. La invención de un significante nuevo, propuesta por Lacan como ambición para el psicoanálisis no es sin la referencia a Cantor, citado por Lacan en la proposición. Este matemático alemán inventa un número transfinito que no existía hasta el momento, un número de una nueva especie que nomina con la primera letra hebrea aleph y agrega el cero. De allí, que Lacan asimila, el deseo del analista al deseo de aquel que creó un significante nuevo, capaz de dar su marco al campo del saber.

Diez años después en una clase titulada “Hacia un significante nuevo” Lacan define a ese significante como aquel que no tendría ninguna especie de sentido y abriría efectos en lo real. En contraposición, está el significante que precede al sujeto y que lo deja pegado al sentido, algo que Lacan elaboró de varias maneras en su enseñanza. Señala una consecuencia de esta relación del sujeto al discurso, al que denomina como un modo de debilidad mental.

Para que el sujeto acceda a un saber que lo oriente en los espejismos de lo imaginario, los significantes que lo engendran como sujeto y sus huellas de goce, será necesario un operación de evacuación de goce o desinvestidura de las representaciones en términos freudianos. De aquí que Lacan formuló una equivalencia entre saber y goce.

Miller propone como punto de referencia la cita de Lacan - agregada en 1966- que figura en el escrito sobre psicosis. Lacan formula que “el campo de la realidad solo se sostiene por la extracción del objeto a que sin embargo le da su marco”. Entonces, así como se constituye para el neurótico el campo de la realidad a condición de la pérdida del objeto a, y que, por lo tanto queda “un poco de realidad” llamada la realidad del fantasma, se puede ubicar una homología para la constitución del saber. Allí Miller, va a sustituir “campo de realidad” por “campo de saber”, entonces para que advenga un saber del sujeto es necesario la desinvestidura de las representaciones en términos freudianos. La constitución del campo del saber es correlativa a una segunda evacuación de goce producto de las interpretaciones que apuntan a la cesión de goce y la ganancia de saber. Por eso Miller señala –en Matemas I- leyendo a Lacan que, en la psicosis al no haber pérdida del objeto a, no se constituye ese “poco de realidad” y se multiplica la presencia del objeto a, en tanto oral, anal, voz y mirada, cuyo correlato es un saber absoluto.

Como resultado de la sustracción de goce queda un excedente llamado plus de gozar que, Lacan aborda en este momento de su enseñanza como función de repetición en tanto pérdida de goce y goce de esa pérdida. El problema que se plantea es que hay una parte del goce que no se traduce en significante y que apunta al goce como infinito; frente a ello se trata de que, el saber que extrae el analizante no es sin el marco del no saber, así como el campo de la realidad no es sin el marco de fantasma. Hacia 1972, en el Seminario Aun Lacan, descubre que su manera de avanzar estaba constituida por algo del orden de un “no quiero saber nada de eso” y define como retazos, el saber que transmite en posición de analizante.

Augusto Pfeifer comenzó desplegando algunas afirmaciones extraídas de ‘La Cosa freudiana’ (texto de los años ‘50, y citado por Lacan en la clase referida del Seminario 16). Se resaltan en ellas la opacidad y pregnancia que -ya en ese tiempo de su enseñanza- acompañan a la noción de verdad: “el sentido de lo que dijo Freud puede comunicarse a cualquiera porque, incluso dirigido a todos, cada uno se interesará en él: bastará una palabra para hacerlo sentir, el descubrimiento de Freud pone en tela de juicio la verdad, y no hay nadie a quien la verdad no le incumba personalmente”. Se puede interpretar ya aquí cierta interpelación a nosotros, practicantes, en lo que respecta al modo de leer los textos del creador del psicoanálisis.

A su vez, un texto de Eric Laurent se tomó para iluminar cierto desplazamiento alrededor de la famosa prosopopeya “Yo, la verdad, hablo” del mismo texto. En ‘Hablar, y decir lo falso sobre lo verdadero’ señala que diez años después -en ‘La ciencia y la verdad’- Lacan le añade un comentario: “Piensen en la cosa innombrable que, de poder pronunciar estas palabras, iría al ser del lenguaje, para escucharlas como deben ser pronunciadas, en el horror”.

Laurent afirma que el lugar de la verdad debe dejarse libre, debe quedar escondida. Si se intenta mostrarla, decirla toda, no nos encontramos más que con la mentira, “más o menos espantosa”.

El autor francés ubica cómo Lacan plantea una crítica a ciertos analistas; a aquellos que creen poder mantenerse en el lugar de la verdad sin tener que pasar por el saber: aquí podrían ubicarse a los ‘especialistas’ que ya cuentan con el saber específico, a los que callan bajo “el silencio que es el privilegio de las verdades no discutidas”, a los que discuten, conversan, o controlan con otros analistas sólo cuándo el exceso se presenta como salida a lo no analizado.

El saber lo describe como eso que permite deshacer las creencias en la verdad. Acá se puede, nuevamente, retomar la definición del significante: el que representa al sujeto, para otro significante. No existe ese significante que represente al sujeto, a su deseo, o a su goce; sino, sería creencia.

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