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Clase 12 - La insoportable castración del amo - a cargo de Verónica Rios

Reseña a cargo de Carolina Fontán

El pasado viernes 9 de septiembre, Verónica Rios comenzó la clase partiendo del capítulo XII del Seminario 17, llamada “La impotencia de la verdad”. Abre la exposición partiendo de una cita de J. Lacan en la que introduce un cuarto imposible: el primero es educar, el segundo es gobernar y el tercero es analizar. Entonces Lacan por su parte, agrega un cuarto imposible para completar con una definición lo que sería el discurso de la histérica a saber: hacer desear.

La clase se centrará en desarrollar la diferencia entre la histeria como estructura y la histerización como aquello que un analista instituye en la experiencia analítica.

Rios aporta la referencia de Catherine Millot en su texto Nobodaddy y explica que su traducción (papito don nadie) es el descubrimiento de la histérica para nombrar la impotencia del padre. La histeria interroga la función paterna por medio de la función fálica y de la problemática del límite que pone en juego. La posición en el límite, que ocupa la histérica, la lleva a identificarse con el objeto a como real último del goce. Así logra sostener a ese padre primordial. La pregunta respecto de qué es una mujer para la histeria surge porque no hay un significante que la nombre en el discurso. De esta manera, interroga al amo como modo de localizar la falla allí.

Rios comenta la lectura que hace Millot de Freud en relación al lugar privilegiado que tiene la insatisfacción en la economía libidinal de la histeria. Dirá que una de sus aristas se vincula con la asimetría entre lo que está en el origen del mensaje y la respuesta (demanda). Otro estatuto es ejemplificado a través del sueño de la bella carnicera en donde se observa la necesidad de crearse un deseo insatisfecho. Lo problemático para la histeria será la separación de los dos registros: demanda y deseo. Ríos continúa explicando que la mira de toda demanda es incestuosa porque persigue la satisfacción absoluta, es decir: aspira a la existencia de un significante ideal que sea idéntico a su significación. Por otra parte, el nombre del padre introduce lo prohibido del incesto con el equívoco que simboliza la imposibilidad estructural de la satisfacción de la demanda. Este equívoco está dado por el hecho de que un significante se refiere siempre a otra cosa. El neurótico obsesivo responde a esto negando el malentendido, mientras que la histérica exhibe su división personificando la irreductibilidad del deseo a la demanda, al tiempo que apela a ese Otro para que lo remedie.

Millot introduce a Lacan en dos momentos de su enseñanza, un primer momento en el que se trata de articular; necesidad-demanda-deseo con la primacía de lo simbólico y un segundo momento donde se aparece el goce como límite de lo simbólico. El A no dispone de un significante que nombre el deseo, por tanto, está castrado. Esa incompletud designa el goce que falta. A esta altura de la enseñanza de Lacan hay un pasaje a un nuevo estatuto: el menos de goce se vuelve un plus. El menos sustituye una falta de distribución equitativa de goce. Siguiendo a Freud, en la histeria hay una irrupción de goce con forma de displacer (demasiado poco) que se opone al demasiado en exceso del obsesivo. En el texto Proyecto de una psicología para neurólogos, Freud explica la búsqueda de la primera experiencia de satisfacción y el reencuentro con eso que nunca es porque está perdido originariamente. Freud denomina deseo a la tensión dirigida a colmar la distancia entre una repetición que siempre fracasa. Por su parte, Lacan, en el Seminario 16 sostiene que hay una experiencia del goce 1. El segundo 1 con el que el primero busca reinscribirse es de una naturaleza diferente porque es una marca que inscribe la pérdida de goce. Esa pérdida es escrita como a (causa de la necesidad de repetir esa inscripción) y es lo que resta del goce de la pérdida (entropía a la que apunta la pulsión de muerte).

Rios prosigue su clase explicando que la sexuación resulta de la estructuración edípica e interpreta la estructura fundamental del goce: para cada uno de los sexos, el goce del Otro es soportado por el del otro sexo. Es decir, eso a lo que se renuncia por estar en la posición masculina, se transforma en una demanda al otro sexo y es algo a lo que se aspira re encontrar. Para una mujer el punto de mira será el goce del hombre.

Respecto de la femineidad, Millot recuerda a E. Jones quien distingue que una mujer tiene que elegir entre su padre y su sexo. Lacan, por el contrario, sugiere que una mujer termina perdiendo ambos, si trata de interesarse en el deseo masculino. La paradoja consiste en que lo que busca el deseo del hombre en la mujer, es a título y función de un objeto parcial y aun de fetiche que causa su deseo. En cuanto a la histérica, se rehúsa a esa demanda masculina, ella hace una especie de huelga intentando entrar en relación al goce de un hombre a condición de sustraerse de él (ése es su goce). La histeria hace entrar el defecto: si no hay relación sexual, entonces lo suple con esta operación como respuesta a lo imposible.

Agrega que, por su posición en el límite, la histeria salvaguarda la civilización: se sustrae y encarna lo que no se deja reducir a la lógica fálica, llegando a encarnar (en ocasiones) la verdad que se intenta forcluir en nuestra época.

Entonces, la histeria en el límite interroga al padre. ¿Qué se puede hacer con esto en la clínica? Ella encarna la pregunta por LA mujer, significante que no hay. El amo no lo tiene, pero ella eleva al padre al estatuto de padre en Totem y tabú, que es el que tiene a todas las mujeres, el que sabe del goce para luego denunciar la castración (mito de Edipo). Existe al menos un hombre que no está sometido a la posición fálica (el padre primordial).

Germán García en Diversiones psicoanalíticas plantea al detalle el lugar del padre y la mujer en las fórmulas de la sexuación con una exhaustiva lectura de Nobodaddy. Garcìa esclarece las consecuencias clínicas del padre en la histeria. Sguiendo estas fórmulas dice: “Existe al menos uno que no está sometido a la posición fálica.” De este límite, Lacan hará un fundamento: en ese lugar de excepción se sitúa la función del padre como ley. Por tanto, todo hombre para instituirse como tal tiene que pasar por la posición fálica (excepto el padre mítico).

En este punto García distingue que se pueden poner en intersección los tres padres: imaginario, simbólico y real. El padre que goza de todas las mujeres sería el padre real, pero es un padre mítico para el cual existe La mujer.

Lacan dice -en la página 137 del Seminario- que la idea de poner al padre en el principio del deseo queda suficientemente desmentida por el hecho de que ese deseo es el de la histérica. Y agrega que Freud supo extraer los significantes amos a los que la histérica se dirige con la pregunta ¿qué quiere una mujer? Lacan da su respuesta, lo que la histérica quiere es un amo que sepa muchas cosas y que al mismo tiempo no sepa todo.

Rios, propone un texto para localizar cómo operan estos significantes en el discurso histérico de J. Quackelbeen que se llama “Entre la creencia en el hombre y el culto de la mujer” (En Histeria y obsesión). Entonces, en la fórmula del discurso histérico se puede pensar

IMPOSIBLE

$ - S1

a - S2

IMPOTENCIA

Si bien no existe el saber acerca de un objeto, la histérica lo quiere: quiere lo imposible. La impotencia entre el a y el S2 es negada porque cree en un otro sin falla. Se aferra a la excepción que determina la regla (al menos uno que no esté bajo la función fálica), a la vez que le exige a todo hombre que encarne ese otro no castrado. Cree en la existencia de un saber totalizador sobre el a, aunque nunca haya tenido la menor experiencia de la misma

En cuanto a lo imposible, hay un efecto análogo a la disyunción entre el $ (síntoma) y S1 (Amo): la histeria supone que posee un significante para la mujer. De este modo reivindica ese significante dedicándose al culto a la mujer con la esperanza de que eso que no hay, aparezca alguna vez. La histérica supone que el padre le va a dar un saber sobre el goce.

Por último, Rios toma la referencia de J. A. Miller: Del síntoma al fantasma y retorno, en donde sostiene que para que el síntoma tome consistencia de demanda analítica es necesario que el sujeto haya advenido en oposición al saber inconsciente, si no está en oposición a ese saber, no hay lugar para una demanda analítica. En este punto es muy importante despejar el diagnóstico, porque es en la psicosis donde no se encuentra esa oposición.

Es necesario que haya un sujeto que sienta lo imposible de la relación con el significante amo, que esa identificación se conmueva. En relación a las entrevistas preliminares, Miller las denomina una empresa de histerización.

Una vez finalizada la clase, se abrió un espacio para comentarios, entre los cuales se hizo hincapié en la denominación “entrevistas preliminares” en tanto se las puede llamar así una vez que el sujeto entra en análisis. Otro punto de discusión fue la positivización de la insatisfacción, retomando la sustracción como modo de gozar en la histeria.


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