Por Carolina Fontán
Es conocida la honestidad intelectual de Freud en el desarrollo de su teoría y así como en Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914) señaló el valor del procedimiento catártico de Breuer como una instancia previa al psicoanálisis, también subrayó que nadie mejor que él mismo conocía su disciplina.
Su experiencia como analista y su producción teórica irritaron a muchos en una época cuando la moral victoriana se horrorizaba de los temas que abordaba. Dos de los que produjeron mayor escozor fueron, sin dudas, la sexualidad infantil y el papel de la sexualidad en la etiología de la neurosis. Silencio y vacío seguían a su participación en conferencias. Estas y otras reacciones adversas le permitieron confirmar que sus descubrimientos habían sido importantes y así aceptó las críticas y los ataques. Del mismo modo que supo interpretarlos como “una consecuencia necesaria de los supuestos fundamentales del análisis,”[1] decidió continuar con sus desarrollos teóricos.
Las conocidas reuniones de los miércoles tenían como propósito profundizar acerca de los estudios en psicoanálisis, difundirlo y ejercerlo. Freud se lamentó de no haber podido lograr una cierta armonía entre sus colegas estudiosos, así como de no haber podido suavizar las rivalidades provocadas por algún protagonismo. Sí logró, sin embargo, que sus ideas comiencen a difundirse tanto entre médicos, como entre escritores y artistas.
Al tiempo que el psicoanálisis atravesaba fronteras, Freud buscaba alguien que lo sucediera en su liderazgo en la Asociación Psicoanalítica Internacional. Y pensó en Carl Jung como candidato por varias razones. Veremos que reconoció en él sus contribuciones, pero también señaló decididamente aquello que los diferenciaba. Por ejemplo, aplicar el procedimiento de interpretación a fenómenos de dementia praecox (esquizofrenia) significó ni más ni menos que el psicoanálisis dejara de ser ignorado como disciplina entre psiquiatras. Otro reconocimiento que Freud hace a Jung es el concepto de “complejo”, aunque señala que ha sido tan ampliamente utilizado que terminó sufriendo un desgaste y algunas desviaciones (se hablaba del “retorno del complejo”, cuando se hacía referencia al “retorno de lo reprimido”; se decía “tener un complejo contra alguien”, cuando se quería significar “tener una resistencia contra alguien”).
Además de sus contribuciones teóricas, otros motivos que sostuvieron a Jung como heredero de Freud fueron su juventud y su energía. Freud creyó tanto en su capacidad de renunciar a sus prejuicios raciales como en la posibilidad que veía en él de tolerar su autoridad. Al poco tiempo, reconoció que se había equivocado en su elección, pero no se ocupó de refutar las teorías que su colega elaboraba, sino de dejar en claro que ellas desmentían los principios del psicoanálisis, “por lo cual no deben correr bajo ese nombre.”
Las diferencias significativas respecto del tratamiento de conceptos como la represión, el inconsciente, los sueños y sus mecanismos ubicaron a Jung en un “movimiento separatista”. Puntualmente, el padre del psicoanálisis señalaba que lo que Jung y sus seguidores no podrían tolerar es que la ética y la religión estuvieran sexualizadas: “Han estudiado el modo en que el material de las representaciones sexuales procedentes del complejo familiar y de la elección incestuosa de objeto es empleado en la figuración de los supremos intereses éticos y religiosos de los hombres; vale decir, han esclarecido un importante caso de sublimación de las fuerzas impulsoras eróticas y de su transposición a aspiraciones que ya no pueden llamarse eróticas.”[2] Para Jung, estos conceptos tenían un sentido más elevado. Por eso se empeñó en separar todo lo insoportable de los complejos familiares de la ética y de la religión. La libido sexual fue reemplazada por un concepto misterioso; la madre en el complejo de Edipo era la persona a la que se debía renunciar en pos del desarrollo de la cultura y el padre representaba la figura de la que era necesario emanciparse para devenir un ser autónomo. El conflicto entre las aspiraciones eróticas del yo y el yo fue reemplazado por el conflicto entre la “tarea de vida” y la “inercia psíquica”, el sentimiento de culpa fue sustituido por el reproche que siente el individuo por no haber cumplido su “tarea de vida”. De esta manera, se creó un sistema ético-religioso que se alejó de los principios del psicoanálisis. Al decir del propio Freud: “desoyó la melodía de las pulsiones”.
Este texto tiene algunas resonancias con un tema que toma Germán García en Fundamentos de la clínica analítica[3], a saber: el denominado efecto Mullman. Este fenómeno sostiene que “toda institución está condenada a reprimir aquello mismo que la constituyó”. Es decir, que aquello que instituye en este caso al psicoanálisis corre el riesgo de ser eso que lo obtura. Este es un riesgo al que toda institución puede estar expuesta. La pregunta es qué alternativas hay si eso sucede. Al negar la existencia de la libido y la centralidad del factor sexual, Jung proclamó que el psicoanálisis se había modificado. Allí estuvo Freud para defender firmemente sus convicciones y para impedir ciertos desvíos que se alejaban de aquello que él había creado. Lo hizo con la honestidad de reconocer los aportes realizados por sus colegas y sin temor a la pérdida que implicaba esta separación.
[1] Sigmund Freud, Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico, Obras completas, T. XIV, p22, Amorrortu, 2010. [2] Ibidem, p 59. [3] Germán García, Fundamentos de la clínica analítica, Otium Ediciones, Tucumán, 2007, p32.
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