Por Carolina Fontán
Noviembre 2019
El psicoanálisis tiene a las cuestiones de época como telón de fondo para pensar el modo en que las personas intentan dar respuesta a los malestares en la cultura. Desde Freud sabemos que los síntomas son un ejemplo de ello, y en este sentido, la anorexia no es una excepción.
Con frecuencia, el pedido de tratamiento es realizado por la familia, la escuela o el médico. La persona con anorexia suele vivir su condición como un estilo de vida, al tiempo que la familia es quien presenta la urgencia en la consulta. Restringir los alimentos al punto de poner en riesgo la propia vida aparece como un síntoma egosintónico, es decir: en sintonía con el sujeto. Eso que le sucede no genera preguntas, no lo divide, aunque sí puede ponerlo en riesgo. Es frecuente que los pacientes con anorexia presenten un discurso estereotipado respecto de su cuerpo y sus sentimientos. Suele ser complejo también encontrar un punto de enunciación subjetivo. Es allí donde el analista está convocado a intervenir: dar lugar a la palabra de ese sujeto, invitándolo a poner en juego algo de su propio deseo.
Respecto del cuerpo, diremos que tiene un estatuto particular para el psicoanálisis. Distinguimos el cuerpo biológico del cuerpo pulsional. Por un lado, el cuerpo biológico es aquel al que se responde para satisfacer una necesidad. En un primer tiempo, hablamos de la necesidad de ser alimentado. En situaciones de urgencia, ante el rechazo sostenido de la comida, ese cuerpo debe ser atendido por la medicina, en tanto los riesgos implican a las funciones orgánicas (peso, funciones cardíacas, actividad hormonal, nutrición, entre otras). Por otro lado, el cuerpo pulsional es un cuerpo determinado y habitado por el lenguaje. La cultura, el lenguaje, los lazos sociales lo van constituyendo aún antes de nacer. Decimos que se produce la pérdida de instinto en el pasaje de ser un organismo a tener un cuerpo. En ese pasaje de lo biológico a lo simbólico el sujeto quedará subordinado a las leyes del Otro y de su deseo. Ese Otro otorga al sujeto una inscripción en lo simbólico. Sin embargo, queda un resto, una huella in-eliminable que será imposible de poner en palabras. Desde este punto de vista, podemos decir que la pulsión no es educable y que estas presentaciones no admiten soluciones estándar: El conteo de calorías, la re educación de los hábitos, la selección de alimentos no siempre alcanza en el tratamiento de estos casos. A la clínica de la mirada (medicina) conviene acompañarla con la clínica de la palabra (psicoanálisis) para ubicar qué función tiene el alimento o la nada que cada anoréxica consume.
Actualmente, los ideales delgadez y el predominio de la imagen están en el cenit para muchas jóvenes que arman su ser en torno a ellos (con las exigencias, los riesgos y el sufrimiento que esto conlleva). El mercado impone el consumo de esos ideales al punto que los cuerpos se vuelven un objeto de consumo más. El objeto nada puede ser pensado como modo de instaurar rechazo o separación de ese Otro mediante la huelga de hambre. Es decir: comer “nada” puede ser un modo de hacer con el malestar que la cultura actual genera. Por tanto, dar lugar a aquello que el sujeto tiene para decir, más allá de lo que el cuerpo biológico necesita puede ser un modo de articular el silencio de lo pulsional en palabras que puedan conducir a nuevos significados, a un saber hacer con la angustia y con eso que se padece caso por caso.
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