Lunes, 3 de abril de 2017
Por Félix Chiaramonte
“Como decía Macedonio Fernández, no se sabía si aplaudían porque les gustaba lo dicho o porque su discurso había terminado de una buena vez”
Germán García
Como si fuera fácil, todos creemos saber de qué se trata el psicoanálisis. Tanta divulgación no ha sido vana pero ha envanecido a muchos que con decir algunas pocas palabras, clichés del momento, nombres propios notables, supuestos saberes sobreentendidos, naufragan en el aplauso fácil, la detonación de las palmas, el placer de los sordos.
La psicología de las masas tan a mano, dirige a los más novatos que de tan novatos están viejos, adultos tratados amablemente como infantes.
Prolijos jefes de la nada, hay quienes dirigen los vientos de confusiones y avalan la lectura en internet de una carta que jamás fue escrita por Freud para Lacan para coronar un ejemplo “clínico” que se verifica en el humo de una hipótesis por venir.
La formación de los analistas futuros camina en el horizonte de una educación aún no con-trastada. Freud no estaba de acuerdo con dejar el psicoanálisis a sacerdotes a cargo de los cuerpos atravesados por síntomas, pero tampoco creía que fuese un terreno potestad de médicos más hipocráticos que socráticos, tan lejanos de la retórica del inconsciente y del equívoco hecho carne.
Tal vez tan decisionista como su precursor, Jacques Lacan supo proponer una institución posible para esta profesión, desde el imposible de analizar, habiéndose escindido, excomulgado y disuelto en una causa que vacía, objeta y deriva.
De un sujeto a revelar en una resonancia que se descifra, vamos hacia el desencuentro de una actualidad marcada por un objeto que, inimaginable, se transforma por momentos en mercancía o en cualquier cosa. La utopía de un aparato para todos ilusiona con comunicación y envuelve la miseria de cada cual en su pathos más éxtimo; en la época del hombre/mujer/unisex sin matices, los gobiernos esperan una clasificación de las estadísticas que hablen el código standard de sujetos mudos intoxicados de artificios.
Más ruidos de palmas se oyen en la sala atestada por gente que cree que no cree, puro grupo que no se quiere masa pero que la hace posible allí, en vivo y en directo. Alguien elogia a su amigo, porque en voz alta nada se critica, y por supuesto, no quieren que se ofenda ningún cliente. Como en el mundo, se combate la obediencia que propugna el conductismo (perdón, se dice TCC), pero se finge amor a las órdenes de unos comités sin otra dirección que sumar voluntades psicológicas.
La polémica, en algunos círculos áulicos “pro-postgrados universitarios”, está borrada, ausente, reprimida, cuando no forcluida, para que ningún maestro se acerque, no vaya a ser cosa que otros nos vean como alienados. Mencionar a Oscar Masotta es verdaderamente excéntrico, ya que se quiere ignorar su lugar en una historia que supo inaugurar para la orientación lacaniana en castellano, y que está muy bien contada en La entrada del psicoanálisis en la Argentina, el libro escrito por Germán García en 1978, editado por Catálogos.
En definitiva, aunque la cuestión sea interminable y al mismo tiempo en cada caso haya un final singular, el psicoanálisis existe en los debates culturales y en la clínica, más acá en su política, y más allá de los aplausos sincopados.
* Editorial del Número 11, Año 11, de la Revista RESPUESTAS. Diciembre 2016.
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