Por Félix Chiaramonte
La muerte de 24 personas al consumir cocaína “adulterada” en el conurbano bonaerense fue noticia trágica en enero de 2022. Y no estaría mal recordar que el valor de la tragedia se encuentra cuando un sujeto tiene un destino fatídico, como quien “va al muere”. Al no tener información de cada caso, no se sabe en qué contexto se dieron esos consumos, ni las características de los mismos. En esta nota intentaré aportar algunos elementos para la reflexión.
Más allá de los múltiples factores a tener en cuenta, una de las cosas que llamaron la atención de muchos fue la repetición de algunos consumidores que compulsivamente volvieron a tomar esa cocaína “contaminada”, luego de ser salvadas sus vidas ante el riesgo real de muerte, para que en cuestión de horas regresaran al hospital por la misma causa y ante el peligro reiterado de morir, eso no fuese registrado subjetivamente. ¿Adicciones sin freno? ¿Intentos de suicidio diferidos? ¿Modos de locura contemporáneos?
Hay tiempos que se caracterizaron por sus guerras del opio, donde Inglaterra primero y Francia y Rusia después, condicionaron y sometieron a China, o por la Ley Seca en los Estados Unidos de los años 20 en el siglo pasado, o por la Guerra a las drogas desde ese país del Norte con Nixon y el combate con la DEA que paradójicamente multiplicó los carteles de narcotráfico en Latinoamérica por ejemplo. En este “mundo con drogas” están los países que tienen políticas prohibicionistas, algunos que promueven la despenalización del consumo y otros que están a favor de la legalización de todos los estupefacientes.
Más acá de esas condiciones generales, en estas épocas en que el mercado funciona como un dios insaciable que está en todos lados y vive un plus en cada ser humano, el recurso al consumo de sustancias psicoactivas en los individuos simplifica el recurso del escape, del consuelo, el calmante frente al dolor subjetivo y la miseria económica.
Algunos medios de comunicación piden leyes que internen ipso facto a todos los que consumen drogas ilícitas o aún peor, que los encarcelen, confundiendo “narcos” y adictos: son los más crónicamente sensacionalistas, los que piden modificar una ley de salud mental como si una legislación resolviera lo imposible que anida en cada situación compleja. Por otro lado, existen muchos otros que tratan seriamente el tema abriendo el abanico de interrogantes y respuestas que brindan las políticas públicas y las iniciativas sociales en general, pero obviamente son los menos.
Las variantes terapéuticas van desde el abstencionismo y las certezas religiosas, pasando por los conductismos renovados con reforzamientos positivos, la medicalización con psicotrópicos, hasta los programas de progresiva sustitución con reducción de riesgos y daños.
De todos modos, también observamos las estrategias políticas que en esta era de individualismo de masas generan “exclusiones” paradójicas dirigidas a determinados sectores, (como si a cada clase social le correspondiera su droga, a cada rango etáreo su medicación) para que sean “incluidas” en circuitos más o menos marginales.
Lo que no tienen en cuenta algunos tratamientos es la posibilidad de que en cada caso hay una particularidad que no encaja en las generalizaciones de la salud mental ni en el sentido común dominante. Es que un verdadero análisis pone en juego una singularidad que implica estar frente a un resto no asimilable, algo en lo que reside el malestar en la cultura encarnado en una historia impar, en un cuerpo marcado no solo por sustancias. Nada es sencillo en un tratamiento que se le proponga a quienes sean refractarios/as a un análisis, en donde la palabra ponga en crisis el blablablá del Yo supuestamente autónomo, que la tiene clara, que cree que domina su propio consumo, que se disfraza de “usuario” aunque ya se haya convertido en adicción imparable. La ilusión que da recurrir al alcohol, la cocaína o cualquier pastilla recetada o ilegal, en forma de un hábito compulsivo, es la que intenta independizarse del mundo exterior a costa de una dependencia nefasta.
“¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido!”, exclamaba un retirado Fray Luis de León, en un poema que hace escuchar que muchas veces el ser humano prefiere huir de la más compleja fuente de malestar que es la convivencia con otros humanos. Mientras tanto, con o sin prohibiciones, en las grandes ciudades y en los pequeños pueblos, habrá quien abra su consultorio para que en vez de corregir, prescribir, aconsejar y reformar conductas, se le dé lugar al lazo particular de la palabra hablada con quien pueda escucharla, para responder de manera analítica, y así descubrir una clave inédita que permita resignificar la vida de alguien.
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