Clase a cargo de Virginia Gilardi, Verónica Rios y Natalia Senestrari
Reseña a cargo de Nataila Senestrari
Virginia Gilardi realiza la apertura. En continuidad con lo propuesto en su última clase titulada “Las variaciones de la vergüenza”, propone seguir lo que Lacan señala como aquella vergüenza que conviene a una ética propia del discurso analítico y que está implicada en su enseñanza. Para ello, la enseñante tomará el texto de J. Lacan “Mi enseñanza”. Con los términos “Lugar, origen y fin de mi enseñanza” Lacan titula la primera conferencia de 1967 publicada en dicho texto. Allí les dice a los analistas que no les dará lo que denomina una formación “en comprimido”, destacando que la función del psicoanalista no es algo de antemano evidente. Su principio no está en el origen sino en el “lugar”, como punto en el que un acto compromete al psicoanalista en su formación y ella cobra cierta dimensión. Luego el “origen,” como el tiempo en que nació lo que se pone en juego en la experiencia analítica, el inconsciente freudiano, y lo que está allí desde siempre, el lenguaje. Lo sabemos desde Freud: el chiste, los sueños, los traspiés de la palabra, configuran el campo que determina esta experiencia. Por último, el “fin”: El fin de mi enseñanza, dice J. Lacan. Esa dimensión que no refiere exactamente al porvenir del psicoanálisis sino a la finalidad en tanto se formen analistas a la altura del sujeto del inconsciente, ya que, como lo dice J. Lacan en dicha conferencia, es a partir de plantear este punto de vista que se comprende de qué se trata en el psicoanálisis.
Continuará con la exposición Natalia Senestrari, que retomará el capítulo 11 del Seminario 17, titulado “Los surcos de la aletósfera”. Allí Jacques Lacan tomará a Descartes y su cogito: pienso, luego soy, para subvertirlo y analizarlo, en relación al sujeto del psicoanálisis y al objeto a. Luego introducirá el neologismo que da nombre al capítulo: la aletósfera, una atmósfera habitada por las letosas, productos de la técnica y de la verdad formalizada de la ciencia que tienen incidencia en la subjetividad. En el texto “La tercera” Lacan los llama gadgets. Jacques-Alain Miller dirá al respecto: “La ciencia produce objetos residuos que llevan a la polución universal, incluyendo los cielos. Son objetos que recubren toda nuestra existencia. (…) son productos de una revolución tecnológica, no teórica”.
Senestrari refiere que hoy en día nos resulta cotidiano y parecería quizás algo obvio hablar de los gadgets, como los dispositivos electrónicos, que forman parte de nuestra vida diaria, pero no olvidemos que Lacan teorizó sobre esto en 1969. Señala que en este capítulo Lacan hará una crítica al aparato de la ciencia de su época, en contraposición a la experiencia analítica y al lugar del analista. En relación a esto, la enseñante tomará como referencia un texto de Germán García “A causa de Mario Bunge”, escrito en respuesta a las críticas de Bunge al psicoanálisis. Una de ellas fue que “el psicoanálisis no contiene modelos matemáticos”. García dice que se ignora aquí lo que Jacques Lacan hizo con la matemática, que no es necesariamente cuantitativa. Lacan aprovechó los objetos surgidos el discurso de la ciencia, objetos topológicos, para estructurar la experiencia analítica, por ejemplo, la banda de Moebius, que le sirvió para hacer comprender que no hay que pensar que precisamente hay un derecho y un revés, un afuera y adentro, que el inconsciente no está en el fondo y el lenguaje en la superficie.
La enseñante señala que en el capítulo 11 del Seminario 17 (también lo hizo en el Seminario 16) Lacan hace alusión a Fibonacci, un matemático italiano -cuyo verdadero nombre era Leonardo de Pisa- nacido en 1175, hijo de un mercader italiano. Gracias al trabajo de su padre viajó mucho y en Oriente conoció el sistema de numeración arábigo, los números con los que operamos en la actualidad. A sus 37 años escribió un libro que produjo un quiebre en la matemática occidental, con la incorporación de la notación decimal y el número cero, ya que en ese momento en Europa se utilizaban los números romanos. Él estableció una sucesión de números, que luego pasará a llamarse la serie de Fibonacci y se caracteriza por el hecho de que cada número es igual a la suma de los dos precedentes. Otra característica de esa serie es que si tomamos dos números consecutivos y dividimos el mayor por el menor, da como resultado una aproximación al número de oro o razón áurea (Phi). Nos iremos acercando a ese número pero nunca llegaremos a él, siempre será una aproximación. Lacan nos enseña cómo la incidencia del rasgo unario, de la marca significante sobre el cuerpo, tiene como efecto una pérdida ineliminable. Y en dicho capítulo dirá que “encontrará en el uso de la matemáticas, una articulación más segura de lo que constituye el efecto de discurso”
Para finalizar su exposición, Senestrari cita nuevamente a García, quien señala que en el psicoanálisis “existe una experiencia que no es del orden del experimento, pero que tiene cierto artificio que se llama dispositivo analítico y que puede ser enseñado de uno a otro. (…) No queremos defender al psicoanálisis como un conocimiento científico, sino como un saber que implica el mismo sujeto que construyen las ciencias contemporáneas. Que un saber no sea científico no significa que no sepa y mucho menos que sea independiente de la ciencia (...) El psicoanálisis no es una experiencia (mística) tampoco una hermenéutica (religiosa). Es un método que puede organizar una secuencia que -como lo demostró Jacques-Alain Miller- comienza por la transferencia, se articula con el síntoma y concluye en el fantasma que lo produce (…) Lo que importa es discutir de qué manera el psicoanálisis registra los efectos particulares de la ciencia sobre el sujeto”.
El cierre de la clase está a cargo de Verónica Rios, que aborda consideraciones acerca del discurso de la histérica, con señalamientos y contrapuntos que realiza J. A. Miller, en la clase titulada “Clínica psicoanalítica”, del curso 1,2,3,4, de 1985, toma como eje el binario histeria y obsesión y sus cruces con la lógica modal según cuatro categorías: lo necesario, lo posible, lo contingente, lo imposible. La histeria tiene encuentros y de esa manera muestra la prevalencia de lo contingente, a diferencia de la obsesión que tiene pocos o ninguno. En la histeria se trata de sostener el deseo bajo la condición de insatisfacción, cuya fórmula es “deseo de deseo insatisfecho” y en la obsesión el deseo se presenta bajo la modalidad de lo imposible.
Una indicación para el diagnóstico diferencial resulta del quiasma que impone la clínica binaria histeria y obsesión. En la obsesión la necesidad se manifiesta como duda, mientras que para la histeria la contingencia se vuelve certeza, aunque sea una certidumbre del vacío. Esta cuestión se puede verificar en la presentación de esta modalidad clínica en las primeras entrevistas donde el extravío es consecuencia de ese modo histérico. Germán García en Fundamentos de la clínica analítica muestra de manera ejemplar la histerización en un caso de neurosis obsesiva; Rios invita a su lectura en el capítulo 8 del curso de 1985.
Miller introduce diferencias esclarecedoras de los distintos momentos de enseñanza de Lacan. Al decir “el inconsciente habla”, ello localiza al Otro como lugar. Y al decir “el inconsciente cifra”, el Otro no es. Esta distinción es importante al ubicar el “saber inconsciente”, en tanto el mismo es una invención de cifrado. La fórmula “No hay relación sexual” supone que se haya aprehendido el inconsciente a partir del cifrado y es entonces cuando se puede formular estructuras como “lo que no cesa de escribirse”; así la modalidad de la estructura es la necesidad.
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